EL ABSOLUTO

Publicado en Noviembre 2009, revisión Marzo 2023

Escrito por Ernesto Rosati Beristáin.

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"El Absoluto"

Demostración de la existencia de Dios

La ciencia ha utilizado los sentidos y la experiencia física para señalar que lo único que existe es lo material. Esto implicaría que lo intangible no existe si no hay una expresión física que lo demuestre, pero se olvidan de lo que eso intangible implica para uno mismo: lo íntimo que no necesita ser expresado físicamente para saber que existe, porque es evidente en nosotros. Eso intangible es el amor, la verdad, la justicia, el bien o el mal... "el Espíritu". ¿Se necesitará una expresión material para que exista lo intangible o será esa expresión material la que verdaderamente no podemos sostener porque es efímera? ¿Quién puede detener el tiempo y hacer de esos momentos algo trascendental?... Solo en lo intangible esto puede suceder.

Si solo existiera la materia, pensar que el universo surgió de la nada sería la única explicación lógica (porque antes de que existiera no habría nada), pero el universo no surgió de la nada y esto que afirmo se puede comprobar matemáticamente, ya que "siendo el cero la expresión matemática de la nada" y reconociendo que matemáticamente "del cero no sale nada", entonces podemos comprobar que de la nada es imposible que haya surgido el universo...

¿De dónde salió entonces?

También podemos entender que el cero, que es un punto de referencia en una gráfica, es equivalente a un solo punto de referencia en el universo, por lo que no puede ser nada lo que existe en ese inmenso espacio "que se supone está vacío". ¿Entonces de qué está lleno?

Para entender lo que ahí se encuentra, basémonos en la definición de una línea, que se define como una sucesión de puntos. Una infinita sucesión de puntos es una línea infinita que atraviesa el universo; una infinita sucesión de líneas es un plano infinito que atraviesa el universo; y una infinita sucesión de planos... ¡define lo contrario de la nada, que es "EL TODO ABSOLUTO"!, en donde está inmerso el universo, lo que sí tiene sentido. Este mismo argumento se ha utilizado para definir matemáticamente al universo cuando se pensaba que el universo material era infinito, porque no se conocían los límites del universo, que es una expresión finita, ni la trascendencia y el significado de esta definición, que en verdad define al Todo Absoluto, que es Dios.

Con este argumento también podemos considerar que el "TODO ABSOLUTO" es el origen del universo en toda su expresión material y en toda su expresión racional, porque el universo no es abstracto, sino que se concreta en obras, y nosotros podemos entender las razones de las mismas, comprendiendo que esas razones no son absurdas, sino que tienen un sentido claro y específico.

Por lo tanto, podemos concluir que el "TODO ABSOLUTO":

¿Dónde hemos escuchado estos términos? ¿Omnipresente, Omnipotente y Omnisciente?

 Ésta definición que parece tan elemental no ha sido considerada por la ciencia de ésta forma, porque se desconocía que el Universo, que es la máquina del tiempo y el espacio, fuera finito, pero ahora que se entienden sus límites, podemos entender a ciencia cierta la verdad que asiste a este argumento, por el cual podemos definir y comprobar la existencia del Creador.

 

Dios

¿Qué es el Absoluto?

¿Qué es lo que se nos viene a la mente cuando escuchamos la palabra "Absoluto"? La ciencia y la teología tienen un punto de acuerdo en lo incognoscible e inalcanzable. ¿Quién no ha escuchado que Dios es ese ser incognoscible e inalcanzable? ¿Quién no ha escuchado que lo Absoluto es incognoscible e inalcanzable? La ciencia concluye que "nada es absoluto, todo es relativo", mientras que la religión sostiene que lo que se sabe de Dios se revela a través de las cosas creadas, "las obras relativas", pero no se puede explicar a Dios "porque es un misterio". Sin embargo, para la filosofía, el Absoluto debería ser como el Cero para las matemáticas.

Partamos de cero:

El cero es el principio a partir del cual se deduce todo lo relacionado con el tiempo y el espacio. A partir de este concepto, es posible abstraer la realidad y representarla de forma matemática, lo que a su vez nos permite descubrir las leyes y principios que rigen el universo, conocimiento que en su conjunto llamamos ciencia. Sin embargo, el cero, que da origen a toda esta reflexión, es un concepto que hay que considerar detenidamente, ya que gracias al conocimiento del cero, no solo podemos abstraer el universo, sino que también puede abrirnos las puertas del entendimiento en otros contextos que no hemos podido discernir correctamente.

El cero es la representación matemática de la "nada". Si repartimos cero entre diez personas, ¿cuánto le tocaría a cada una de ellas? "Absolutamente nada". Si multiplicamos cero por cualquier cantidad, como resultado obtenemos "nada". Si sumamos cero a cualquier cosa, es exactamente lo mismo, no cambia. "El cero es una referencia que en el universo sería equivalente a un solo punto".

Entonces, ¿el cero existe? No como un objeto material, sino como un concepto racional. Sin el cero, la ciencia no existiría. Esto demuestra que lo racional existe independientemente de lo material. Además, todo lo material tiene un concepto o una serie de conceptos inherentes al objeto en cuestión, conceptos que nosotros podemos razonar y discernir hasta llegar a comprenderlos desde su origen hasta toda su expresión. "Pero lo racional puede existir independientemente, lo que en la mente sería el conocimiento y la imaginación". ¡El cero es un concepto absoluto! Sólo existe en la mente, es puramente subjetivo. Por lo tanto, podemos concluir que el cero es un concepto subjetivo absoluto. De su existencia deriva el conocimiento de toda la ciencia, ya que a partir del cero es que podemos abstraer la realidad y expresarla de forma matemática. Esto demuestra que lo subjetivo racional existe tanto como lo objetivo material.

La materia tiene una serie de principios y leyes que rigen su comportamiento en el universo. Desde que ocurrió el Big Bang, iniciaron las leyes y principios que ordenan a la materia de forma objetiva en obras, iniciaron el tiempo y el espacio, las obras y los límites relativos a los mismos como condicionantes de la expresión. Pero la ciencia, al no considerar la existencia de lo subjetivo como fundamento y razón de lo objetivo, no pudo afirmar que existiera algo que fuera más allá de lo aparente. Por lo tanto, simplemente concluyó diciendo que el universo surgió de la "nada". Pero como ya observamos del cero, que equivale a nada, no sale nada, por lo que este razonamiento no es lógico. Está equivocado. ¡El universo no surgió de la nada!

Otra tesis de la ciencia sostiene que, por la misma razón de haber negado la existencia de lo subjetivo, entre las galaxias, en medio de las estrellas e incluso entre los átomos, entre sus electrones y protones no hay "nada". Esto también es incorrecto, porque como ya hemos observado, el CERO, que es equivalente a nada, se representa en el Universo como un solo punto. Por lo tanto, "no puede ser nada lo que existe en ese espacio". Tampoco es un objeto ni está limitado. Lo lógico sería pensar que ese inmenso espacio, en donde se encuentra inmerso el Universo, es lo contrario de "nada". Es el "TODO ABSOLUTO", eterno sin parámetros ni límites. ¡Siendo este TODO ABSOLUTO de donde surge el Universo relativo como una expresión de su ser!

Lo relativo es relativo por los parámetros en los que se define. Si no tuviera parámetros ni límites, sería absoluto. ¿Puede algo objetivo ser absoluto? ¡Por supuesto que no!, porque cualquier objeto tiene parámetros y límites, por lo que no puede ser absoluto. Además, el valor absoluto de los objetos en comparación con "El TODO" es NADA. Para demostrarlo, ubiquemos cualquier objeto de cualquier tamaño, inclusive el Universo material completo, y alejémonos lo suficiente como para que ese objeto se pierda en el infinito. Su valor relativo sería equivalente a un solo punto. Por lo tanto, la expresión no vale más que por el significado para quien la creó y para quien la entienda.

Dentro de lo subjetivo, se puede definir lo relativo y lo absoluto. Una expresión puede ser una idea subjetiva, manifestada en una obra limitada a su marco de referencia. En el Universo, el tiempo y el espacio son los límites de la expresión, sean razones u objetos en cuestión. Pero el Absoluto es el origen, la esencia misma de la idea subjetiva, el poder hacer que esa idea exista, el Verbo que da origen a la acción, el TODO sin límites y sin parámetros, absoluto y eterno.

¿Cuál es nuestro origen?

El Todo Absoluto es el origen y el destino de todo lo que existe. Esto no lo habíamos entendido porque el conocimiento se adquiere de la nada hacia el Todo. Por lo tanto, es razonable pensar que conocer al Absoluto es la siguiente etapa de nuestra evolución en el conocimiento. Esto explica por qué antes no lo habíamos podido definir; simplemente no era el momento de ser revelado. Pero ahora que existe un lenguaje universal con las matemáticas, que hay un conocimiento previo del universo y que existe la comunicación sin distancias ni fronteras, es el momento de entender al Absoluto, que es la causa de esta reflexión y la razón de nuestro existir.

Esto también nos da la referencia de lo que somos nosotros mismos. En lo material, somos animales; también somos sujetos racionales, somos almas que se expresan y se comunican. Lo que no habíamos alcanzado a comprender es lo que somos en esencia, en espíritu. Hasta ahora, no se había entendido la diferencia entre el espíritu y el alma, ni se había considerado su importancia. Hasta ahora, en el diccionario se define al alma como espíritu y al espíritu como alma... ¡Qué tragedia!

El alma es lo que nos hace ser individuos, distintos seres que conocen y expresan la vida. Pero el espíritu es absoluto y se manifiesta en nuestra conciencia a través del amor y la paz, sentimientos que disfrutamos cuando éramos inocentes y que recreamos en nuestra imaginación porque queremos que sigan por siempre. Sin embargo, cuando nuestra conciencia nos acusa y aun así desobedecemos, sentimos culpa, angustia y temor. Esto se debe a que el Espíritu se siente desde lo más profundo de nuestro ser. Cuando no entendemos su significado e importancia, nos confundimos, pervierten nuestros principios y trastornan nuestra escala de valores con explicaciones absurdas, tratando de explicar lo que sentimos como si fuera una reacción química del cerebro, cuando tiene otro origen. Por eso se confundió el amor con el sexo, como si el placer fuera sinónimo de paz o de amor.

Recuerdo el día que leí en la biblia cómo es el amor. Quedé estupefacto, pasmado ante esto. Dice:

-Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera profecía y entendiera todos los misterios y toda ciencia, y si tuviera toda la fe, de tal manera que trasladara los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará-.

La razón no me alcanzaba para comprender por qué me habían inculcado que el amor era el sexo, o el querer a la familia o los amigos, habían confundido el amor con el deseo y fue entonces cuando comprendí que mi origen, no fue la razón, es el amor, absoluto y trascendente de Dios.

 

¡Dios es Absoluto!

La definición de Dios nos ayuda a comprender que el TODO ABSOLUTO es DIOS, en donde está inmerso el Universo. El inmenso espacio no está vacío, sino lleno de Dios. Este "DIOS" es el origen y el fin del Universo, ya que está inmerso dentro de Él y surge de Él. Es como el aire que no vemos, pero que necesitamos para vivir; así necesitamos al ABSOLUTO para existir, ya que de Él se desprende el Universo en toda su expresión.

Tenemos nuestro origen en el Todo Absoluto, no en la nada. Este Todo Absoluto está en todas partes y es el mismo aquí y en todo el infinito. Este Absoluto es como el cero para la ciencia, una constante. Dentro de Él se encuentra el Universo en toda su expresión objetiva y subjetiva. Siendo el origen y fin de esta expresión, es la "esencia". El Absoluto es el fundamento y el poder que es el "Verbo". Es el motor de la expresión que es el Universo. Y este Verbo, que es el "TODO ABSOLUTO", ¡es DIOS!

Dios está en todas partes, es OMNIPRESENTE. Todo el conocimiento surge de Él, es OMNISCIENTE. Todas las obras son expresiones de Él, es OMNIPOTENTE. Sin Él, no existiríamos. Este único Dios Absoluto es la vida, sin Él no viviríamos. Este Dios Absoluto es eterno, ya que no está sujeto al tiempo ni al espacio. Además, estas ideas son conceptos de Él. Somos conceptos y obras de Dios, somos su creación, ejercicio de su voluntad y su razón.

Nosotros somos creativos, semejantes a nuestro Creador. Hemos creado las computadoras, desde su idea hasta lo que son ahora. Con ellas, hemos sido capaces de crear realidades virtuales, inteligencia artificial y seguimos evolucionando. Así, el concepto de la creación evolucionó hasta lo que somos nosotros: una creación a imagen y semejanza de su Creador. Pero aún esta capacidad de ser como Él nos es dada por su voluntad. Somos seres con la capacidad de crear en lo subjetivo, con el uso de la inteligencia y la imaginación. Podemos descubrir con el razonamiento la inteligencia de nuestro Creador, al poder abstraer los principios que ordenan y rigen al Universo. Esto demuestra que el Universo, tanto en lo objetivo material como en lo subjetivo conceptual, es una expresión del Creador. Este ser absoluto y trascendente lo sentimos a través de los sentimientos. Así es como podemos entender que cuando actuamos conforme a nuestras conciencias, el amor y la paz de Dios nos reconfortan en el alma. Es cuando podemos comprender su naturaleza, porque Dios es amor.

 

¡El Propósito!

Su Significado

Ya hemos deducido algunas cuestiones acerca de Dios. Sabemos que es el origen y el destino de todo lo creado. Estamos en contacto con el Absoluto, puesto que está en todas partes. Pero aunque lo podemos sentir, no entendemos cuál es su significado y trascendencia para nuestras vidas. Como se suponía que todo era relativo, la comprensión de nuestro espíritu era prácticamente irresoluble. ¿En qué podríamos basarnos para establecer las diferencias? Esas preguntas tienen que tener respuestas razonables, no solamente para los eruditos del conocimiento, sino para todos. Ese es el propósito de la Filosofía, lo único que la justifica como ciencia. Pero al no haber resuelto de manera correcta las dudas acerca de nuestro ser, cayó en la desgracia de ser considerada como parte de la Literatura, de la imaginación de unos cuantos locos que no pudieron resolverlo para la humanidad. Esto, sin lugar a dudas, es la mayor tragedia que ha sufrido el hombre: haber fundamentado el entendimiento en lo que no tiene esperanza y solo haber descubierto que nuestro destino era la muerte.

El conocimiento del Absoluto fundamenta los principios absolutos eternos. Porque si para morir nacimos, pues comamos y bebamos, que al fin y al cabo moriremos. Si solo existe lo relativo, entonces no tenemos esperanza, no tenemos vida eterna y nada de lo que hagamos o tengamos va a poder trascender. ¿De qué sirve cuidar lo que no podemos conservar? Pero lo absoluto sí existe, lo que representa un terrible dilema ya que solamente hemos vivido para la vanidad. Y esa manera de vivir no nos brinda esperanza ni nos puede dar paz.

¿Por qué nos afligimos? ¿Por qué la vida está llena de incertidumbre y de malas decisiones? Nosotros ponemos nuestras decisiones ante un tribunal del que somos los jurados. Emitimos juicios de valor y ante una duda razonable, somos capaces de hacer lo peor. Ante la duda razonable, escogemos el egoísmo antes que la bondad. Y se comprende porque si no conocemos a Dios, nuestros intereses no lo van a considerar en su toma de decisiones. Y aún los actos de nobleza se convertirán en actos de vanidad. Pero el problema es que al escoger la vanidad, nos afligimos. Por eso está escrito, “vanidad de vanidades, todo es vanidad y aflicción de espíritu”. Y esto se explica en el hecho de que la esencia de las intenciones se siente con los sentimientos. Y si nuestra intención no considera a lo absoluto antes que lo aparente, vamos a escoger la apariencia de las cosas que son vanas como el propósito de nuestras causas, antes que la esencia de las mismas. Sacrificando nuestros sentimientos cuando exista un conflicto de intereses. Por no considerar que nuestra esencia es algo valioso y vamos a sentir aflicción.

¿Entonces, sentimos al Absoluto? ¿Qué parte de nosotros siente su presencia? ¿Cómo podemos considerarlo en nuestra toma de decisiones para no salir lastimados?, ¿o estamos condenados a la vanidad?

El hecho de que no seamos conscientes de Dios no nos excusa, ya que lo sentimos. Así como sentimos nuestro cuerpo material, también lastimamos o complacemos al espíritu, que también sentimos. Por eso, la conciencia es la voz de Dios.

Es necesario tener "conciencia" y comprender lo que está sucediendo en el momento o reflexionar sobre lo que ya ocurrió. La conciencia nos debe llevar al entendimiento de los eventos, desde lo más elemental o empírico, pasando por el descubrimiento de las razones, hasta los niveles de conciencia más elevados, donde se comprendan los principios que fundamentan la acción, la esencia misma de los actos. Debemos desechar todo aquello que nos han inculcado como cierto, cuando solo infunden miedo y no convicción ni certidumbre, que es la verdadera fe.

 

¡El espíritu es engendrado por Dios!

El ser humano es una creación de Dios, al igual que el Universo. Sin embargo, la esencia es absoluta y única, lo que implica que nuestra esencia, nuestro cuerpo espiritual, no puede ser creada sino engendrada por Dios, ya que es de su misma esencia y no puede ser otra. El alma solo vive para lo que conoce, y no puede unirse al espíritu hasta que lo conoce y entiende. En otras palabras, el alma es eterna cuando vive para el Espíritu de Dios, lo que nos permite ser mucho más que una simple creación.

Es como si Dios hubiera sembrado en nuestra alma el árbol de la vida, "nuestro espíritu", que al ser esencia de su propia esencia nos convierte en hijos de Dios. Esto debería darnos la esperanza de trascender junto con Él. Aunque el alma siente al espíritu, si no lo entiende, no puede considerarse como parte de su ser.

Para comprender lo que esto significa, es necesario reconocer que los conceptos que se traducen en emociones son ideas pero no esencias. Dependiendo de su significado, es cómo las sentiremos en nuestra mente. Por ejemplo, si anota nuestro equipo, sentiremos felicidad; si anota el contrario, tristeza. Estas sensaciones son el resultado del conocimiento en un acto de discernimiento, reflexión y memoria, lo que también hace de estas sensaciones algo íntimo y personal. No obstante, es importante considerar que estos conocimientos se han transmitido de una persona a otra y de una generación a otra, acumulándose a través de distintos métodos en nuestra memoria. Así, tenemos un conocimiento individual y un conocimiento colectivo.

Ese conocimiento colectivo determina muchos de los conceptos que tenemos sobre lo que sentimos y que no entendemos correctamente. Por lo tanto, al sentir algo que no comprendemos, preguntamos su significado y, cuando alguien nos da una explicación, si la persona es de nuestra confianza, tomamos como cierta esa explicación, incluso cuando no nos convenza en nuestro entendimiento. Así que cuando nuestra sociedad nos educa en el entendido de que somos cuerpo y alma, y no nos explica nada del espíritu, es comprensible que no lleguemos a comprender la naturaleza de estas sensaciones. Además, al ignorar el conocimiento de lo absoluto y trascendente, tampoco podremos valorar lo que sentimos espiritualmente.

El cuerpo espiritual proviene del Absoluto y no es relativo. Si repartimos el cero, que es un absoluto, a cada uno le toca lo mismo: "absolutamente nada". Así, al repartir el Todo Absoluto, que es su Espíritu, a cada uno de nosotros, comprenderemos que nos toca exactamente lo mismo: "absolutamente TODO". Si podemos conocer al Espíritu, que tiene que ser nuestro espíritu pues fuimos concebidos con él, entonces seríamos "eternos", un solo Espíritu con Dios, Dios en nosotros y nosotros en Él, porque la vida eterna depende del conocimiento de Dios. Como está escrito: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu hijo Jesucristo, a quien tú has enviado”. Con lo que comprobamos que el cuerpo y alma son una creación de Dios, pero el espíritu que sentimos, aun cuando no lo hayamos conocido, es espíritu del Espíritu de Dios, porque es absoluto y no puede ser una expresión, sino su esencia.

¿Cómo distinguir entre la esencia que es Dios y una regla moral o ética? ¿Cómo distinguir la diferencia entre la intención y el deseo?

Para tomar conciencia de nuestro espíritu, al igual que lo hemos hecho con nuestros sentidos, debemos entender nuestros sentimientos y comprender su verdadero valor e importancia. Esta conciencia está relacionada con el conocimiento de Dios y su verdadero significado. Si no entendemos la diferencia entre lo racional y lo espiritual (emociones y sentimientos), que son la clave para distinguir al espíritu del alma, entonces nuestra conciencia de Dios será solamente una ilusión. Pero si entendemos esta diferencia, entonces sí estaremos conscientes de su existencia.

Distinguir entre la esencia que es Dios y una regla moral o ética implica reconocer que la esencia divina trasciende las normas humanas y se relaciona con el amor, la bondad y la verdad, mientras que las reglas morales y éticas son principios y valores creados por la sociedad para regular el comportamiento humano. La esencia de Dios es inmutable y absoluta, mientras que las reglas morales y éticas pueden variar según la cultura y el contexto.

En cuanto a la diferencia entre la intención y el deseo, la intención se refiere al propósito o al objetivo que se busca alcanzar a través de una acción, mientras que el deseo es un anhelo o una aspiración que puede ser de naturaleza emocional, material o espiritual. La intención es una decisión consciente y dirigida hacia un fin específico, mientras que el deseo puede ser más difuso y no siempre conduce a una acción concreta.

Entender estas distinciones es fundamental para desarrollar una conciencia espiritual más profunda y auténtica, y para comprender mejor nuestra relación con Dios, con nosotros mismos y con los demás.

 

¡La voz de Dios!

¿Qué es la conciencia que proviene del espíritu, sino la voz del Absoluto? Si el Absoluto es la esencia que se traduce en la intención al expresarse o en los sentimientos al sentirse, la conciencia espiritual es entonces aquella que nos acusa o nos excusa en nuestra toma de decisiones. Sin embargo, algo que se puede decir con toda certeza cuando se considera al Absoluto, queda en un ambiguo razonamiento cuando no hacemos esa consideración. Ya que si solamente existe lo relativo, entonces puedo sentir culpa al decidir expresarme con mala intención, pero si se consigue el objetivo relativo que es lo que para la mente tiene algún valor, se puede cargar con la culpa y mitigarla con una serie de paliativos o sugestivos.

Hay actividades que, con una falsa imagen de felicidad, buscan borrar de la mente las culpas. Estas se convierten en un paliativo si no resuelven el problema de fondo, ya que nuestra alma desea borrar las culpas y cuenta únicamente con lo que conoce para resolverlo. Estas actividades hacen olvidar momentáneamente el problema por el placer que producen, aunque al final solamente agraven la situación. El problema surge por lo que enseña la sociedad, que al no tener el conocimiento de Dios y lo que significa, ha intentado darle valor a nuestras vidas con el dinero, el poder, el placer y la fama, que es lo que nos puede enseñar. La sociedad nos ha sugestionado, inculcandonos estos valores a pesar de la culpa que provocan, por sacrificar los sentimientos por la vanidad. Pero otra parte de la sociedad intenta, por el contrario, someternos por temor a la misma culpa, sin oponer resistencia a lo que dicta nuestra conciencia, como siervos sin voluntad, por miedo y no por convicción, lo que sucede cuando ya estamos cansados de luchar con nuestra propia conciencia.

Hemos puesto a la vanidad como el valor más importante de la vida y es comprensible si es lo único que conocemos, pero no tenemos justificación para nuestra conciencia que sigue acusando y excusando nuestros actos por la esencia de los mismos. Y esto ocurre porque fuimos concebidos con esta conciencia para que sepamos cuál es la esencia de nuestro Creador.

La materia no es buena ni mala; el bien y el mal se disciernen en el alma. El bien y el mal sólo existen en nosotros, pero sin el conocimiento del Absoluto no existen razones que nos hagan entender la diferencia entre estos dos conceptos. Aunque como dijo el filósofo Kant, con toda razón pero sin una fehaciente explicación: “malo es aquello que se hace con mala intención”. Pero con el conocimiento del Absoluto, cambia radicalmente el valor en la conciencia, ya que a partir de este conocimiento es que podemos considerar correctamente la esencia de nuestros actos y la importancia de los sentimientos. Pues al tener su origen en el Absoluto, podemos entender lo que para nuestro Creador es bueno y es malo, ya que la esencia que tenemos que considerar es la esencia con la que fuimos creados.

Es como si junto con el árbol de la vida nos hubiera sembrado el árbol del discernimiento del bien y del mal, por lo que ahora tenemos en la conciencia la fuente de la sabiduría y del entendimiento del bien y el mal.

 

¿Cuál es nuestro propósito?

Somos semejantes al Creador, pero no somos como Él, y ese es el verdadero problema, porque el propósito de nuestra creación es que seamos como es Dios, como está escrito, "sed perfectos como vuestro Padre que está en los cielos, es perfecto". Ese es el siguiente paso de nuestra evolución: pasar de ser criaturas vanas a ser eternos hijos del Creador. Hagamos un acto de conciencia y reconozcamos que los sentimientos y las intenciones que tienen su origen en el espíritu son trascendentes, por lo que sin lugar a dudas son más valiosos que los sentidos y las expresiones físicas. Con esto, podemos decidir en conciencia lo que mejor nos conviene, ya que el espíritu al cobrar conciencia cobra vida, lo que también nos da esperanza al saber que podemos trascender con esta nueva vida, que como consecuencia nos dé paz al quitar la incertidumbre de la muerte en el alma.

Somos semejantes a Dios, pero no somos como Él, y la cuestión es que fuimos creados para ser como es Él. El destino del alma es trascender a su carne y ser en espíritu y verdad como es Dios. Pensar que en la vanidad encontraremos nuestro propósito y destino es perder el tiempo, es condenarnos como hemos sido condenados a la incertidumbre y a una serie de esfuerzos egoístas que conducen a la mayoría de nuestra especie a la hipocresía, al delito o a los vicios y, sobre todo, a una mala conciencia, todos llenos de desesperanza por no entender al Dios Absoluto y eterno, lo que nos condena a la muerte.

La filosofía, con estos argumentos, puede resolver científicamente el dilema del hombre, resolviendo el misterio que era Dios. Antes no existía una demostración fehaciente para poder considerarlo en nuestros razonamientos, pues la ciencia se basa en definiciones y no podía considerar lo indefinido como parte de su haber. La religión, que basa sus explicaciones en metáforas y, aunque encierra las verdades universales, estas se perdieron en las diferencias de sus culturas y tradiciones, lo que no permite encontrar acuerdos en cuestiones trascendentales para el hombre, por lo que tampoco pudo convencer a los científicos. A finales del siglo XIX, se le puso cerrojo a esta discusión al negar la existencia de Dios y afirmar que somos una obra de la evolución, no de la creación, por lo que el siglo XX sirvió a lo aparente por razones científicas pero completamente equivocadas.

No existía una definición de Dios entendida por la ciencia, por lo que el entendimiento que encierra la religión no podía ser considerado como parte del conocimiento universal. Y aunque muchos hombres de ciencia consideraron la posibilidad de que Dios existiera, había sido imposible de explicar, con lo que solo podíamos imaginar y no descubrir todo aquello que la filosofía tiene que descifrar y develar, para que este conocimiento sea transmitido universalmente

Habiendo demostrado que el "Todo, Absoluto y Eterno es Dios", tenemos la oportunidad de conocerlo y, con esta misma definición, comunicarlo como la mayor y más importante razón del ser humano. Dejamos de considerar al Absoluto como una simple característica de algo utópico, permitiendo que sea parte de nuestro entendimiento. Con este conocimiento, podemos traer a la vida a un nuevo ser absoluto y eterno que está latente en nosotros, sabiendo que este conocimiento es útil en pro de una nueva forma de vida. Conocer a Dios implica pasar de ser una simple creación a ser como Él es. Al comprender el significado de nuestra esencia, que es su esencia, podemos tomar conciencia de nuestro espíritu en nuestras decisiones, lo que nos haría parte de la naturaleza del Creador. Ya no seríamos solamente semejantes en la capacidad subjetiva de crear, sino que seríamos esencia de su esencia, voluntad de su voluntad, engendrados de su Espíritu y no creados, sus hijos. Dejaríamos de ser simples criaturas sin esperanza y llenas de vanidad, con el fin de trascender juntos y ser con Él y en Él para la eternidad.

 

Hijos de Dios:

Hemos definido matemáticamente a Dios y razonado lógicamente su significado, permitiendo que la ciencia lo considere y forme parte de su realidad. Además de fundamentar la existencia de Dios y su significado, deducimos que es una persona, ya que en su definición se concibe como alguien, no como algo. También se analizó su contexto, observando todo el universo como su expresión, no como su ser. Este conocimiento no es inútil, ya que nos ayuda a entender a Dios y a nosotros mismos, al estar inmersos en él y partir de él con un propósito claro.

El conocimiento de Dios es valioso e importante, pero nuestra cultura puede ser un enemigo de la razón, ya que a menudo asumimos la existencia de Dios sin conocerlo. La diferencia entre la realidad y la imaginación es que la realidad puede ser comprendida por todos. La ciencia ha resuelto muchos misterios y nos ha ayudado a comprender verdades previamente desconocidas.

La cultura puede ser un enemigo poderoso, ya que encadena a la mente y la hace esclava de la ignorancia. Por ello, es necesario cuestionar nuestra cultura y los supuestos que se inculcan como verdades. Un amigo convencido de la existencia de Dios me pidió que resumiera en cinco puntos lo que necesitamos para conocer a Dios: 1) reconocer que no lo conocemos, 2) entender que Dios existe, 3) arrepentirse del daño que nos hacemos con nuestro pecado, 4) reconocer que Dios ha provisto lo necesario para ser perdonados, como el testimonio de Jesús y su sacrificio, y 5) resucitar a la vida a la que hemos sido llamados junto con Jesucristo, como hijos de Dios. Estos argumentos pueden ayudarnos a entender el misterio de Dios y alcanzar la realidad de ser sus hijos.

 

¿Cuál es nuestro destino?

La vida eterna es conocer a Dios...

Demostrar la existencia de Dios suena tan pretencioso que me aconsejaban no ensoberbecerme, ser humilde y no admirarme de ello. Dios me utilizó para transmitirles este mensaje, y esto es una revelación. Por lo tanto, sería conveniente aclarar que mi único objetivo al ser un instrumento en este proceso es despertar el entendimiento, no la imaginación, con la esperanza de que sea útil en sus vidas. Lo escribí en obediencia, porque sé que no me perdonaría si no compartiera esta información, que es verdaderamente valiosa e importante para sus vidas.

 

¿Por qué somos tan inconscientes?

Lo único que puede cambiar nuestra conducta es el conocimiento cierto y verdadero. Lo que sabemos que existe es lo que realmente podemos valorar. Si solamente conocemos el cuerpo material, entonces es la única vida a la que nos aferramos, pues no existe otra vida y no hay esperanza de vida eterna. Por lo tanto, la riqueza, la belleza, el poder o la fama serán nuestras motivaciones, porque es lo que importa para la vida material, a falta de otra forma de vida. Por eso está escrito que "el que nace una sola vez muere dos veces, pero el que nace dos veces muere una sola vez".

En el prefacio de "El retrato de Dorian Gray", Orson Wells escribió: "Se le puede perdonar a un hombre por hacer algo útil, siempre que no se admire de ello. Pero algo inútil sólo tiene sentido cuando es profundamente y extremadamente admirado". Y termina diciendo "El arte es completamente inútil". En estas líneas, subraya uno de los fragmentos literarios más conmovedores de la condición humana: nuestra profunda necesidad de aceptación y reconocimiento, y en esas líneas suplica que lo admiren.

¿Qué podemos hacer para darle sentido a nuestra vida? ¿Para sentir que no necesitamos ser admirados? ¿Para sentir que servimos para algo? ¿Para justificar nuestra existencia?

Lo entendí cuando comprendí el fin de las cosas. Lo único que justifica la existencia de las cosas es que sirvan para lo que fueron creadas. Si sirven para algo más, está bien, pero si no cumplen con el propósito por el que fueron creadas, entonces no se justifica, su existencia es inútil. Si el ser humano no cumple con su razón de ser y de existir, se entiende que se sienta inútil y ande buscando, como alma en pena, la admiración de los demás. Por esta razón, en el afán de la admiración y el reconocimiento, admiran exageradamente y otorgan reconocimientos por cualquier cosa, tratando inútilmente de llenar su vacío existencial.

¿Qué puedo hacer yo para convencerlos de que en verdad lo que aquí escribo es cierto, si estamos rodeados de adivinos y agoreros de la suerte? Por lo tanto, les juro por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo no será más. Porque el misterio de Dios se ha consumado, como él lo anunció a sus siervos los profetas y ahora está revelando.

Parece que los niños son los únicos a los que les interesa conocer a Dios. Pero su curiosidad termina cuando los llenan de fantasías y su imaginación comienza a llenar toda esa curiosidad. No les explican la verdad porque no la entienden, y lo que es peor, pierden el interés por conocer a Dios. Ya no es algo útil, porque con lo que se imaginan de Dios obtienen las excusas y justificaciones que desean. Pero todo lo que se construya a partir de esa suposición es pura ilusión, algo completamente inexistente en su realidad.

Entonces, nuestra razón de ser y existir es ser hijos de Dios y vivir una vida espiritual, pero en un mundo en el que no conocemos a Dios plenamente, nos encontramos perdidos y confundidos, buscando la felicidad en cosas que no satisfacen nuestras necesidades espirituales. Nos enfrentamos a la desesperanza y al vacío existencial cuando no comprendemos nuestro propósito y destino eterno.

Para superar esta situación, debemos buscar y encontrar a Dios en nuestras vidas, para que podamos entender y abrazar nuestro propósito divino. Debemos prestar atención a nuestra conciencia y a lo que nos dicta el Espíritu, dejando de lado la búsqueda de la felicidad en cosas vanas y superficiales.

A través de la fe en Jesucristo y la revelación del misterio de Dios, podemos encontrar la verdad que nos ayudará a vivir una vida espiritual plena y significativa. Cuando reconocemos y aceptamos nuestra verdadera razón de ser y de existir, podemos encontrar la paz y la felicidad que no se encuentran en los placeres terrenales, sino en la relación con Dios y en cumplir con el propósito que Él ha establecido para nosotros.

Entonces, es hora de dejar atrás las ilusiones y las búsquedas vacías, y en su lugar buscar a Dios y conocerlo verdaderamente. Solo a través de este conocimiento podemos encontrar la vida eterna y la paz que anhelamos. En lugar de enfocarnos en la suerte o en la acumulación de cosas materiales, debemos enfocarnos en nuestra relación con Dios y en vivir de acuerdo con Su voluntad.

A medida que nos acercamos a Dios y comprendemos nuestro propósito y destino, podemos vivir vidas más plenas y satisfactorias, superando el miedo a la muerte y encontrando la verdadera felicidad en nuestra relación con nuestro Creador. Solo entonces podremos cumplir con nuestra razón de ser y de existir, y experimentar la vida eterna y la paz que Dios ha preparado para nosotros.

 

Conclusiones:

Es crucial que reconozcamos la importancia de comprender nuestra existencia y propósito en la vida, dedicando tiempo y esfuerzo para discernir la verdad en lo que hemos discutido aquí. No debemos subestimar el valor y el destino que Dios ha preparado para nosotros, y debemos esforzarnos por vivir una vida digna y significativa. Aprendamos y enseñemos con paciencia y constancia, buscando alcanzar un entendimiento común para que, algún día, todos conozcamos a Dios y entendamos lo que sentimos del Espíritu.

Nos enfrentamos a la tarea de luchar en la buena batalla de la fe, una fe sincera y genuina. La voluntad de Dios es que ninguno de nosotros se pierda, y las criaturas que anhelan ser hijos de Dios esperan nuestra manifestación gloriosa. Sabemos que somos más que vencedores y que ninguna fuerza humana puede resistirse a la verdad. Dios es Espíritu y verdad, y debemos tomar la verdad como nuestro estandarte para romper las cadenas que nos atan a la muerte. Ahora que el misterio de Dios ha sido revelado, nadie puede engañarnos.

Este texto abarca tanto la ciencia como la religión, enfatizando que Dios existe y es absoluto. Todo lo que existe es una representación de Su conocimiento y voluntad. Lo que se presenta aquí no es un invento humano, sino una revelación de Dios. Debemos ser humildes y reconocer que es Dios quien nos da el deseo y la capacidad de actuar, y que somos lo que somos debido a Su voluntad y nuestro reconocimiento de Su poder. Bendito sea Dios, que ha tenido misericordia de Su creación y nos ha bendecido al revelar Su verdad y vida.

 

El Absoluto

¡La vida eterna!

La vida es una manifestación de Dios, así como el universo es una expresión de Dios. La vida surge de la intención del Espíritu del Creador, que es amor, porque Dios es amor. Además, debemos interpretar y comprender la vida de diferentes maneras en cada uno de los planos de la existencia. La vida material se manifiesta a través del nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte; es una expresión relativa al tiempo y al espacio, finita y en constante evolución, que trasciende al individuo y acumula experiencia. Así, la vida se perfecciona o se extingue, adaptándose al entorno y conviviendo con otros organismos para su desarrollo y crecimiento. Sin duda, es una manifestación inteligente; la información que rige de manera inconsciente al organismo es consciente para su creador, quien ha guiado la vida y su obra. Atribuir casualidad, causalidad o cualquier expresión sin creatividad y voluntad es insensato.

Pero la vida tiene otros planos de manifestación, no es solo materia expresando vida; el alma tiene otra forma distinta de expresar la vida, mucho más interesante y apasionante, ya que es algo particular e inherente al individuo. La conciencia nos brinda la oportunidad de manifestar la vida de otra manera, porque vivir sin conciencia es sólo existir. Para cada uno, la conciencia es el despertar de la vida que se forma en un proceso de aprendizaje con el uso del discernimiento, la imaginación y la memoria. Conocer es vivir: ¿quiénes somos?, ¿cómo nos llamamos?, ¿qué hacemos?, "el lenguaje, las costumbres, las tradiciones, la religión", eso somos y esa es la vida del alma.

 

¿Qué será entonces la vida eterna?

Si todo fuera relativo, nada sería eterno. Suponer que vamos a trascender si todo fuera relativo es absurdo. Sin embargo, nuestro espíritu pertenece a un contexto absoluto que, por definición, es trascendente y eterno. El cuerpo espiritual que puede despertar a la vida al tomar conciencia por su conocimiento es quien nos puede dar la esperanza de trascender junto con él.

Fuimos concebidos en el cuerpo físico y, a partir de esa concepción, comenzó el conocimiento y nuestra vida, desde la completa ignorancia hacia la conciencia. Comenzamos a conocer nuestro cuerpo, el alma que nos une a él y las cosas que nos rodean. Posteriormente, tomamos conciencia de nuestra alma, que es nuestro yo, e inmediatamente del alma de quienes nos rodean: el cariño, la alegría, el comportamiento. Fuimos educados de acuerdo con los cánones de la sociedad, pero la ciencia no conocía las razones del Absoluto, desde lo que sentimos de él hasta lo que es en esencia, pasando por lo que somos nosotros en esencia, en espíritu y verdad.

La apariencia parece tan inmensa y es tan tentadora que, al no haber tenido las razones para ubicarla en su debida dimensión, no le habíamos dado cabida a lo eterno, que es lo que deberíamos entender. El cuerpo material no tiene posibilidad de trascender, pero es la semilla de donde puede nacer el verdadero ser que llevamos dentro. La vida eterna a la que podemos aspirar se ha quedado latente y muere sin esperanza cuando no alcanzamos a despertar y tomar conciencia del espíritu. Solo cuando el espíritu cobre vida, seremos transformados de animales racionales a seres espirituales, porque el principio por el cual podemos recuperar la esperanza es el absoluto y eterno Dios. Los valores de la vida espiritual son los que deben guiar nuestros esfuerzos de vida, para lograr así someter al cuerpo material al servicio de nuestro ser espiritual, poniendo nuestra vida relativa al servicio de nuestra vida eterna. Pero no podemos hacer esto si no conocemos al espíritu que está latente, el cual no puede vivir hasta que estemos conscientes y despiertos a su existencia, para que con esa conciencia logremos apoderarnos de nuestra voluntad.

En apariencia, todos desean trascender de algún modo: algunos con los hijos, otros con su propia vanidad y muy pocos con la conciencia de su propio ser absoluto y trascendente. Hay algunos que sí lo han sabido, pero no lo habían podido explicar de manera científica, con definiciones y pruebas. Sin embargo, tenemos metáforas maravillosas que han explicado de manera muy acertada esto que estoy definiendo. Estas metáforas, ante el embate de los sofismas universales como "nada es absoluto, todo es relativo", habían sucumbido. Por esto, era necesario combatir a los razonamientos equivocados con evidencias irrefutables que, solo por necedad, no puedan ser consideradas como válidas. Así, este razonamiento puede servir para llevar el conocimiento de Dios a la vida, por medio de la verdad que nos ayude a tomar conciencia y develar, de una vez y para siempre, el milagro de nacer de nuevo a una vida con la que aprendamos a vivir eternamente.

 

¡El Absoluto es el fundamento del entendimiento!

Al definir y comprender al Absoluto, logramos establecer el principio en el cual se fundamentan los valores que guían a la humanidad. Hasta ahora, la vanagloria ha ocupado su lugar; nuestra razón de ser y existir está plagada de ideales. El sueño de ser el más famoso, poderoso o rico ha ocupado la razón de nuestra existencia. Esos ideales, en los que el triunfo solo es del vencedor, convierten a los demás en perdedores. Así, tenemos una sociedad de perdedores en la que encumbramos a unos pocos, esperando ser los siguientes que ganen la lotería.

La ilusión de esos ideales y toda su gloria es efímera. Si conseguimos lo que buscábamos, la gloria pasa y no quedamos satisfechos, por lo que buscamos algo más. Si no lo conseguimos, bajamos nuestros estándares y buscamos algo más factible, algo que podamos alcanzar, algo que por lo general tampoco alcanzamos o, al menos, no como nos lo imaginábamos. Esos ideales siempre tienen un alto grado de ilusión, en el que generalmente lo que se consigue dista mucho de lo que se imaginó. Por lo que aquellos que llegan a la meta difícilmente lo disfrutan, porque no era lo que esperaban. Tenemos muchos ejemplos del éxito trágico en el que el héroe es la víctima, y la fama y la fortuna son cargas difíciles de soportar. Los ideales brindan una falsa esperanza de gloria, hasta que, ante la derrota o la efímera satisfacción, los vicios ocupan su lugar.

El día en que entendamos nuestra verdadera razón de ser y de existir, dejaremos de vivir de la ilusión para dar paso a la realidad de una existencia trascendente y digna. En esa realidad, las obras que parecen tan importantes perderán su valor al entender lo efímeras que son, y nuestro espíritu ocupará el lugar que le corresponde en nuestra conciencia. Así, expresará la verdad, la justicia, el amor, el bien y la misericordia, emanadas de la esencia absoluta del Espíritu de Dios.

Los sentimientos son los verdaderos principios del entendimiento y el fundamento de una conciencia tranquila. Al saber que vamos a trascender con ese espíritu lleno de vida, ciframos nuestra esperanza, fundamentando nuestras causas y dándole por fin sentido a los ideales que, sin principios, pierden toda proporción.

Conocer a Dios y la vida de nuestro propio espíritu es la única forma de trascender esta existencia, transformando nuestra vana manera de vivir. Somos lo que conocemos; esa es la vida. Transformemos nuestras mentes, conscientes de lo que hacemos y pensamos, considerando la vida eterna que podemos alcanzar. Esta es la respuesta para dejar de imaginar lo que solo en espíritu y verdad podemos lograr. Sacrifiquemos todos esos ideales que parecen tan gloriosos, sabiendo que la gloria eterna es infinitamente más valiosa e importante.

Nuestra razón necesita apoyarse en principios inamovibles en los que se base el entendimiento para tomar decisiones. Si no tenemos principios absolutos en los que podamos apoyarnos, nuestra razón estará plagada de malas decisiones. Si solamente nos ocupamos de la apariencia de las cosas, prefiriendo afligir al espíritu y yendo en contra de la esencia misma de la vida que es Dios, entonces tendremos mucho de qué arrepentirnos. Por lo tanto, el conocimiento del Absoluto y del eterno Dios debe ser el fundamento inamovible al cual podamos recurrir para nuestra toma de decisiones. Esto nos puede brindar la certeza y la convicción en el entendimiento, lo que podemos llamar "Fe".

Como está escrito: "La fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve".

Si reconocemos la existencia de lo eterno, entonces, con un poco de sentido común, podremos descubrir nuestra naturaleza absoluta. Porque no basta saber de la existencia del Absoluto, es necesario que, al tomar una decisión, consideremos que la esencia que proviene de Dios es lo más valioso e importante cuando ejercemos nuestra voluntad. Al usar ese conocimiento para que sea un acto de conciencia, escogiendo la esencia antes que la apariencia, pondremos nuestras vidas relativas al servicio de nuestra vida eterna, al servicio de nuestra vida espiritual, al servicio de Dios.

Porque ahora podemos entender que el Universo no es más que un inmenso huevo del cual han de salir los hijos de Dios. La vida espiritual está latente y, al tomar conciencia, cobra vida. Esto nos puede transformar de ser criaturas de Dios en hijos engendrados por Dios, espíritu de su Espíritu, esencia de su Esencia. Así, podemos distinguir la esencia del Absoluto por el entendimiento del origen de los sentimientos. Pero también podemos entender nuestra propia vida espiritual a través de lo que expresamos con nuestras intenciones. Solo así podemos reconocer que, en el fondo de las cosas, lo que trasciende es la esencia, la intención que da origen a la obra y el sentimiento que se desprende de esta. Con la condición de que tenemos que hacer de ese acto no un acto fortuito, sino de plena conciencia, esto es lo que hace la diferencia.

La definición del Absoluto es el fundamento que la ciencia necesita para comprender el sentido de la vida. Con este conocimiento, podemos establecer una nueva forma de expresarnos, basada en la conciencia de nuestro ser espiritual. Considerando que lo que nos dicta la conciencia es la base de nuestra esperanza para llegar a trascender esta existencia.

¿Por qué no lo habíamos entendido?

Si ya existe la forma de conocer la esencia de los actos, ¿cuál es el problema? ¿Por qué esas sensaciones no han sido valoradas correctamente? O peor aún, ¿por qué no nos han guiado correctamente en nuestra toma de decisiones?

Como ya deducimos, tenemos en la mente una forma de "Conciencia" que no tiene su origen en lo material ni en lo racional, que nos acusa o excusa en nuestra toma de decisiones independientemente del conocimiento que tengamos de ella. Para esta conciencia, existe una serie de reglas establecidas en su acción, que de igual forma que las leyes de la Física son reglas universales, así se pueden considerar los diez mandamientos como reglas preestablecidas por el Espíritu para el alma desde el Absoluto. Pero por más que hemos tratado de adjudicarles valores morales o éticos, estas reglas siempre han sido una carga insostenible para la conciencia humana, como está escrito “la ley se puso para que el pecado sea evidente”, y también dicta que “la conciencia es la voz de Dios”.

Lo que nos muestra que el verdadero problema de la lógica espiritual es pensar que alguien o algo esté dirigiendo nuestra voluntad. Admitir que ese alguien o algo esté inmerso en nuestro ego es algo que nos hace rebelarnos, pues nuestro ego es demasiado grande para someterse a esa esclavitud o servidumbre; es cuestión de naturaleza, fuimos creados para reinar sobre la tierra y someternos no es una opción.

El problema es que fuimos concebidos con el espíritu, para que ese espíritu que habita en nosotros nos haga ser como es Dios, pero no puede vivir en nosotros si no lo conocemos. Solo lo podemos considerar en la conciencia como un estorbo para nuestro libre albedrío, porque lo sentimos aunque no lo conozcamos, pero como ignoramos su existencia simplemente no entendemos su significado.

Esta conciencia espiritual es solo el límite que tenemos que pasar para poder decir que somos libres, cuando eso nos convierte en unos libertinos. Lo que unos por temor no hacen, es casi un acto heroico para otros aunque sea un suicidio, pues ante la duda razonable siempre escogemos la satisfacción vana antes de escoger sensatamente la paz y el gozo. Porque si no representan nada valioso para nuestra escala de valores, lo sacrificamos sin pensar; pero los que se han sometido por temor a la conciencia, tampoco pueden sentirse libres porque no consideran en ese acto su propia voluntad.

Hasta que entendamos el valor de lo que sentimos del espíritu en nuestra conciencia, pensaremos equivocadamente que es un simple razonamiento moral sin darnos cuenta de que es nuestra propia esencia, nuestro espíritu que acusa o excusa nuestros actos. Hemos sido capaces de dejar salir lo peor de nosotros, con tal de satisfacer nuestros deseos que solo consideran las apariencias como algo valioso, pues es lo único que conocían.

El problema es que al ir en contra de lo que nos dicta la conciencia, estamos rompiendo el vínculo que existe entre Dios y nosotros. La razón por la cual no hemos conocido a Dios es la condena por haber desobedecido a nuestra propia conciencia, eso es lo que podemos considerar nuestro pecado, lo que nos produce un dolor tremendo en el alma que se manifiesta en angustia y aflicción por la culpa y la mentira que generan. Porque el espíritu que antes representaba todo lo bueno de la vida, el amor, la paz, el gozo… ahora está lleno de dolor e incertidumbre. ¿Quién bajo estas circunstancias puede comprender la vida desde otra perspectiva, cuando después de haber pecado solo queremos evadir a la conciencia? Por lo que somos condenados a no poder conocer a Dios, y a no entender nuestro propósito, razón de ser y de existir, poniendo una barrera en nuestro entendimiento.

Estábamos condenados a no conocer a Dios y la muestra de que, como humanidad, hemos estado condenados, es que la ciencia no había demostrado la existencia de Dios, aun cuando este sea evidente, y la religión tampoco nos lo había podido explicar.

No habiendo razones para suponer que somos eternos, no tenemos esperanza y al decidir desobedecer a nuestra conciencia espiritual, nos separamos de Dios, lo que es la consecuencia lógica por la ley espiritual que rige nuestras almas.

El problema se origina en los principios y escala de valores que nos inculcan, porque no hay quien nos haya dado las razones para comprender y hacer conciencia de nuestra vida espiritual, ya que es en nuestra infancia cuando estamos formando esta escala de valores, con los principios y razones que fundamenten a los mismos, para que a través del entendimiento conozcamos lo que es la vida, que tendría que incluir conocer a Dios.

Porque si no tenemos valores absolutos, no tenemos a qué sujetar nuestro libre albedrío, nuestra escala de valores sólo considera lo que conocemos y si todo lo que conocemos es relativo, no nos da ninguna razón para hacerle caso a la conciencia espiritual, más que el temor, que también nos inculcan y no nos da ninguna esperanza para la vida eterna, porque no conocemos al espíritu que llevamos dentro, porque el único lugar en donde podemos conocer a Dios es en nosotros mismos.

 

¡El círculo vicioso!

Como está escrito, "Por no haber tomado en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada…" y agrega, "serás como una bestia delante de mí".

Entonces, ¿cuál es la barrera del entendimiento? La barrera es nuestra condena por desobedecer al Espíritu de Dios, castigo que se traduce en culpa y miedo, al no comprender el daño que nos hicimos al transgredir lo que dicta nuestra conciencia. Tampoco se ha conocido la forma de reconciliarnos con Dios, porque sin el conocimiento de Dios, buscaremos las respuestas en las expresiones sin comprender sus causas en un círculo vicioso. Porque si nos rebelamos en contra de nuestras propias conciencias, ¿no seremos condenados?

¿Cómo podemos, después de ser condenados a la culpa y al temor, acercarnos a Dios? ¿Cómo puede Dios acercarse a nosotros sin ser destruidos? Es como si le hubiéramos puesto un velo al entendimiento que nos separa de Dios, porque después de desobedecer a nuestra conciencia, nos condenamos por la ley espiritual impuesta en el entendimiento.

Los principios establecidos en el espíritu son la expresión de la naturaleza de Dios, no son ideas arbitrarias que puedan cambiar por las circunstancias. Es cuando podemos entender lo que está escrito, que todos los mandamientos se resumen en el amor a Dios y el amor al prójimo. Por eso, cuando haces algo en contra de Dios, por odio, por codicia o por vanidad, transgredes su naturaleza y te lastimas porque tu espíritu no es una creación de Dios, es su propio espíritu, su naturaleza que dicta en nuestra conciencia lo que es bueno o es malo para Él y para ti también.

Por eso es que, aunque el Absoluto sea evidente a la conciencia, la razón busca paliativos y sugestivos con el fin de mitigar la culpa que se produce al sacrificar los sentimientos por los deseos. Tenemos que hacer conciencia del daño que nos hacemos al condenarnos en nuestros actos, para que con ese entendimiento dejemos de hacer lo que nos condena, arrepintiéndonos.

La naturaleza de Dios podría y debería ser nuestra propia naturaleza, porque cuando somos niños, la inocencia nos protege y nos libra de la culpa. Pero en vez de procurar por todos los medios educarnos para conservar esa inocencia que nos hace sentir bien, nos inculcan los valores del mundo y terminamos sacrificando nuestra paz.

Sin embargo, como está escrito, "un corazón contrito y humillado Dios no rechazará jamás". La soberbia de pensar que venimos a reinar sobre la creación se convierte en el principal obstáculo de la razón, y para no caer en el círculo vicioso, tenemos que romper con él, reconociendo que necesitamos ser salvados y entendiendo que no existe poder humano para resarcir el daño. Lo único que nos queda es pedir ayuda, y el único que nos puede ayudar es Dios, pero no podemos presentarnos delante de Dios con una actitud visceral, contraria al espíritu del creador, ya que seguiríamos cometiendo el mismo error y seguiríamos en nuestros pecados. Por eso se dice que Dios humilla a los soberbios y da gracia a los humildes.

Con este entendimiento de la esencia de nuestro propio ser, tenemos que dejar de servir a las apariencias para servir a las intenciones del espíritu. Solo entonces podemos aspirar a renacer al espíritu, que no puede vivir por falta de conocimiento y reconciliación, porque la carne nace para morir, pero el espíritu nace para vida eterna y paz. Renacer al espíritu sin morir a los deseos de la carne no es posible, porque no se puede servir a dos amos. Pero si no renacemos al espíritu, no tendremos vida eterna, ¿y quién nos garantiza que la culpa y el miedo, que son el castigo por desobedecer a nuestro espíritu, no serán lo que nos conduce a nuestra muerte eterna?

Pero tenemos que renacer al espíritu, no como algo ajeno, no como si fuera alguien más, porque si consideramos que ese espíritu es Dios pero no nosotros, entonces nunca entenderíamos que es nuestra naturaleza y estaríamos condenados por la carne a la muerte. Si no tenemos la solución para la culpa, el alma tratará de mitigarla en la conciencia con cualquier cosa que nos ayude a evadirla, con vicios, placeres o actividades que nos mantengan ocupados para no enfrentar la culpa. Nuestra cultura ha tratado de formarnos a través de las apariencias, nos inculcan las buenas costumbres y la amabilidad para conseguir la aceptación y la benevolencia, con el fin de obtener el dinero, el poder o la fama, creyendo que estos valores relativos valen la pena. Esta cultura de valores no puede ser trascendente ni valiosa para Dios, por la hipocresía que generan, ya que no fundamentan la razón por la que deberíamos ser como es Dios, por lo que estos paliativos y sugestivos no resuelven el problema. Aun con el arrepentimiento, el problema no está resuelto porque no está pagado el agravio por la desobediencia, porque cuando nos separamos del Absoluto por causa de nuestra rebeldía, somos completamente relativos sin Dios, simples mortales, y no tenemos por nosotros mismos manera de reconciliarnos ni con nosotros mismos ni con Dios, porque habiendo sido condenados, nada de lo que pudiéramos hacer tiene valor para Dios.

Como ya observamos, el valor relativo respecto al absoluto de cualquier cosa creada es nada; solo vale por su significado y el significado por su intención, por lo que la expresión no tiene valor para Dios. Incluso en nuestro razonamiento, ¿qué podemos hacer nosotros que pague por el agravio cometido? A lo más que podemos aspirar es a sentir vergüenza de nuestros actos. No entendíamos las razones por las que deberíamos ser de otra manera, por lo que seguíamos cayendo en ese círculo vicioso. Y esto es para que nadie piense que es por su inteligencia y no se vanaglorie, que nadie piense que se merece la gloria en su vana humanidad y pueda, con toda humildad, reconocer que Dios es el único que merece toda la gloria, la honra y el poder por siempre.

Para romper este círculo vicioso, debemos comenzar a vivir de acuerdo con nuestra verdadera naturaleza espiritual y buscar una relación sincera con Dios. La humildad y el arrepentimiento genuino son fundamentales para lograrlo. En lugar de buscar la aprobación del mundo y sus valores temporales, debemos esforzarnos por conocer a Dios y vivir de acuerdo con Sus enseñanzas y mandamientos.

Es importante recordar que nuestra verdadera esencia es espiritual y, como tal, debemos buscar la iluminación y la transformación de nuestro ser interno para vivir una vida en armonía con Dios y con nosotros mismos. Solo así podremos escapar del círculo vicioso de la culpa, el miedo y la desobediencia.

En este camino de transformación espiritual, la fe y la confianza en Dios serán nuestros aliados más valiosos. A través de la oración, la meditación y la reflexión, podremos conectarnos con nuestra verdadera naturaleza divina y comprender que solo Dios puede redimirnos y ofrecernos la paz y la vida eterna que anhelamos.

En resumen, para romper el círculo vicioso y encontrar la verdadera paz y reconciliación con Dios, debemos:

Siguiendo estos principios, podemos superar el círculo vicioso y vivir una vida en armonía con nuestra verdadera naturaleza divina.

 

Reflexionemos juntos

¿Cuál es la respuesta a todo este dilema? La respuesta está en el entendimiento, para empezar a conocer nuestro propio espíritu, entender lo que somos y sentimos, dejar de ir en contra de nuestras propias conciencias sabiendo que eso que sentimos es la manifestación de nuestro cuerpo espiritual, cuerpo que en vez de vida se ha convertido en muerte latente por la culpa y el miedo en la conciencia, que son castigos para el alma. Ya que si para los delitos el castigo es la consecuencia, para los pecados la consecuencia es la muerte espiritual, siendo la culpa y el temor la evidente muerte que tenemos como castigo para el alma y la última condena sería también morir en esta vida relativa sin haber recuperado la esperanza. Para que, con este conocimiento, entendamos que necesitamos resucitar nuestra vida espiritual para poder vivir eternamente.

¿Pero cómo podemos resucitar a nuestro espíritu, si no tenemos manera de pagar por nuestras desobediencias que son nuestros pecados? De igual forma, en la muerte tenemos la respuesta: es morir a lo relativo y renacer a lo trascendente. Porque si estamos unidos a lo relativo por la carne, tendremos que morir a los deseos de la carne para poder aspirar a renacer al espíritu, lo que sería cambiar los principios por los que vivimos arrepintiéndonos para ya no servir a la carne y poner nuestro cuerpo mortal al servicio de la vida eterna, que es nuestro cuerpo trascendental hecho del Espíritu de Dios. ¿Pero eso es suficiente para reconciliarnos con Dios?

El problema sigue siendo el ego. Ser siervos de Dios es algo que no soporta la carne, pero pensar que merecemos la redención y la gloria de la vida eterna también nos condena. Ser relativamente sujetos a la voluntad de otro, aun siendo tu creador, es insoportable para el ego, pero pensar que como creación nos merecemos la vida eterna es algo que también nos separa de Dios, porque como creación no puede haber pensamiento más soberbio y más falso que ese. Pero Dios no nos creó para ser siervos, nos creó para que seamos sus hijos, que seamos como Él y que no nos pese sino más bien nos llene de orgullo y de satisfacción el hacer su voluntad, que sería nuestra voluntad. No es obedecer a la verdad y a la justicia, es ser la verdad y la justicia, no para imponer las reglas para los demás, sino para ser, sin hipocresía, hijos legítimos de Dios, espíritus vivientes del Espíritu del Creador.

En el papel suena bastante bien: hijos del Dios viviente. ¿Pero es posible que esto ocurra o es necesario algo más para que esto sea posible? Pues, aunque ya pudimos discernir al Absoluto, existe una barrera impuesta al entendimiento, pues Dios es Absoluto y nosotros sin Dios solo somos relativos, y lo que pretende lo relativo es vano, mientras lo que pretende Dios es trascendente. Como quien dice, los deseos de la carne (vanidad) van en contra de los deseos del espíritu (vida eterna y paz), y esta barrera al entendimiento nos ha limitado durante miles de años en poder descubrir nuestro propósito para con Dios, porque tenemos que reconocer que esta vida relativa sin Dios no vale absolutamente nada y, además, entender la verdadera intención que proviene del Espíritu.

¿Cómo lo explico? ¿Cómo nos lo explica Dios? Por eso era indispensable el lenguaje metafórico, a falta del lenguaje científico, para entender el propósito de Dios, porque sin entendimiento no hay conciencia y sin conciencia no hay vida. Porque al escoger el mal, ya no podíamos acercarnos a Él, ni podía haber reconciliación por nuestros méritos, porque si al romper la ley merecemos un castigo, desobedecer a Dios con mayor razón nos condena. Por lo que no basta el arrepentimiento ni basta la conciencia, hace falta el pago por nuestras faltas para nuestra reconciliación. Pero nuestras vidas relativas no tienen los méritos ni pueden tenerlos para darnos la vida que Dios nos quiere dar, como está escrito: “no es por obras, para que nadie se gloríe”. Somos carne y huesos relativos, y el alma está sujeta a estos mientras no conozcamos algo más, y como lo relativo no es trascendente, pensar que lo relativo vale algo para Dios es absurdo. Así que, sin esperanza de que por nuestros méritos seamos reconciliados, solamente Dios nos podía proporcionar un sacrificio válido en pago para nuestra reconciliación, para entender que dependemos, como creación, completa y absolutamente del Creador y para saber que es por su voluntad que seamos sus hijos.

Por esta razón, es que Dios decidió expresar su voluntad para con nosotros a través de una metáfora en la que se mostrara su verdadera naturaleza, para que comprendamos cuál es el valor que tenemos para Dios, nuestro propósito y la naturaleza a la que podemos aspirar por medio de nuestra reconciliación. Todo en un solo evento que cumpliera con la ley impuesta para alcanzar el perdón y con la gracia para alcanzar la redención.


¡El precio de nuestra salvación!

Para ser reconciliados con Dios, tenemos que ser perdonados por rebelarnos en contra de nuestras conciencias, lo cual son nuestros pecados. Ahora sabemos que los actos por los que hemos sido condenados son dignos de muerte, causando la muerte latente de nuestras almas. No tenemos manera de pagar por nuestras faltas, y es por esta razón que necesitamos ser salvados, que alguien pague por nuestros agravios con un sacrificio agradable a Dios.

Pero, ¿quién puede pagar el precio?... Solo Dios.

No podemos reconciliarnos con Dios por nuestros propios medios, así que, siendo imposible para el hombre pagar el precio de nuestro propio perdón para nuestra redención, y como entendemos que realmente es necesario pagar por nuestros agravios, necesitamos que alguien pague por nuestras culpas. Como ya dije, "para que nadie piense que por sus méritos merece el perdón y la reconciliación, y no se vanaglorie", Dios nos proporcionó un sacrificio digno para nuestra reconciliación en semejanza de lo que tiene que ocurrir en nosotros. Este sacrificio sirve para nuestro entendimiento y es la manifestación de su verdadera naturaleza y de la vida a la que podemos aspirar. Este sacrificio lo hizo en un hombre que, con total conocimiento, reveló el misterio de la naturaleza de Dios, en el amor por nosotros, con lo que podemos comprender que vivía y vive en el Espíritu del Creador. Debemos entender que el Hijo de Dios, está vivo para Dios por su entendimiento. Este hombre se llamaba Jesús. Dios se engendró en Jesús y se entregó a sí mismo, lo que también se puede entender como que Dios entregó a su hijo, para que, sin que lo mereciéramos, pagara por nuestras rebeliones y nuestras desobediencias, para el perdón de nuestros pecados y la reconciliación. Así también nosotros podríamos, por medio de su sacrificio, renacer a la vida para la que fuimos llamados a ser juntamente con Jesucristo hijos de Dios. Por eso, Jesús no se avergonzó de llamarnos hermanos, porque con su resurrección podemos dejar de servir a nuestros cuerpos mortales y hacer de estos cuerpos templos del Espíritu de Dios, vivo ahora en nosotros por el entendimiento como hijos suyos. Así cumplimos con la razón de la creación.

El plan de Dios no es destruirnos ni condenarnos al infierno. Lo que Él quiere es tener hijos, y para eso es que envió a Jesús al mundo. Necesitamos al cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que en su vida y en su muerte es la semejanza de lo que ocurre y debe ocurrir en nuestras vidas para nuestra salvación. Ya que él, siendo el primero en vivir conscientemente al Espíritu, se entregó a sí mismo en sacrificio, para que sea el ejemplo semejante de lo que debe ocurrir en nosotros para ser reconciliados. Así como nosotros hemos condenado nuestras almas por nuestras rebeliones y estamos condenados, así fue condenado Jesús por causa de nuestras rebeliones. Sufrió azotado y fue vejado, como es castigada nuestra alma con la culpa y el temor. Para que al morir a su carne, nosotros muramos juntamente con él a nuestra carne. Para que con su resurrección, resucitemos juntamente con él en nuestro espíritu y sea nuestro cuerpo material el nuevo templo en el que habite el mismo Cristo resucitado (nuestro espíritu resucitado) por causa del entendimiento de su sacrificio, un solo Dios, un solo Cristo, un solo sacrificio vivo y eterno. Esto muestra también el amor absoluto y eterno de Dios, que aun siendo pecadores, Dios entregó al cordero sin mancha y sin pecado. Cristo entregó su cuerpo mortal para resucitar en nosotros, es el renacer de nuestro espíritu. Cristo Jesús se entregó a sí mismo para nuestra salvación.

Por esto vino en Jesús, y Jesús pronunció el propósito de su vida y de su sacrificio. Porque entiendo que eso que confesó es cierto, es por eso que su sacrificio no es en vano, porque a mí me sirvió para el perdón de mis pecados, igual que a todo aquel que en Él cree. No existe otro hombre que haya dicho lo que él dijo al declarar que entregaba su vida para mi salvación, ni hizo lo que él hizo al morir en la cruz por mis pecados, que son mis desobediencias y mis rebeliones hacia Dios. Por lo que puedo comprender que su sacrificio sea mi sacrificio, lo que hace que sea digno para Dios, porque ya no es necesario pagar de otra manera por nuestras culpas. Dios nos proporcionó en Jesús lo necesario para nuestra reconciliación, porque también nos muestra el camino a través de su ejemplo, la verdad a través de sus palabras, la vida a través de su resurrección para nuestra salvación y la verdadera naturaleza de Dios a través de su amor. Y cuando entendemos que lo hizo por amor, confirmamos que es el Hijo de Dios y nuestro salvador, para que la culpa por causa de la desobediencia sea crucificada juntamente con los deseos de nuestra carne y no sea más una carga de muerte para nuestra conciencia, sino que seamos libres para acercarnos a Dios y podamos conocerlo, renaciendo al mismo tiempo en nuestro espíritu para vida eterna y paz, y así poder decir confiadamente que Dios es nuestro padre.

Jesús en su sacrificio nos muestra lo que realmente vale para Dios y también al verdadero Hijo que habitaba en Jesús, porque el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo era el cuerpo mortal de Jesús, el cual fue sacrificado, demostrando que ese cuerpo no tiene valor para Dios, más que lo que se hiciere con él por la intención de sus actos, que fue nuestra salvación. Pero el Hijo de Dios, que habitaba en Jesús, es lo que realmente vale, ya que es el Cristo, su Espíritu, que es y era el mismo Espíritu de Dios, el que vive para siempre. Jesús pagó en obediencia por nuestras desobediencias para nuestra reconciliación, para que resucitáramos juntamente con él a nuestro propio espíritu, ya que su resurrección es la muestra de lo que tiene que ocurrir en nosotros al aceptar que ese sacrificio es el pago por nuestros pecados. Para que juntamente con él, resucitemos a una nueva vida espiritual.

Si el cuerpo mortal de Jesús valiera algo para Dios, este no hubiera sido mortificado y seguiría entre nosotros, porque como está escrito, "el cuerpo mortal es polvo y en polvo se ha de convertir". Más el Espíritu, que es uno solo porque es absoluto, ahora puede vivir en nosotros para que el cuerpo mortal sea el templo de Dios. Solo así se entiende el texto que dicta que "si Cristo no resucitó de los muertos, vana es nuestra fe y aún seguimos en nuestros pecados", porque si solo resucitó para sí mismo, entonces ¿cómo es que resucitamos nosotros? Pero su resurrección es en nosotros, en nuestro propio espíritu, por lo que su resurrección la compruebo en mi propio ser y no en las obras, sino en la esencia de las mismas, por la conciencia que tengo de ellas.

La obra redentora de Jesús es un regalo de amor de Dios hacia nosotros, una muestra de su misericordia y gracia. A través de la fe en Jesucristo y su sacrificio, somos perdonados, limpiados de nuestros pecados y reconciliados con Dios, para que podamos tener una relación íntima y eterna con nuestro Creador. Este es el verdadero propósito de la salvación: que seamos transformados y restaurados, para vivir en comunión con Dios y unos con otros, experimentando el amor, la paz y la alegría que solo pueden venir de nuestra relación con Él.

Así que, al reflexionar sobre el precio de nuestra salvación, debemos reconocer que es un acto de amor insondable e inmerecido de Dios hacia nosotros. Un amor que fue demostrado en el sacrificio de su Hijo Jesucristo en la cruz, para que pudiéramos ser perdonados y reconciliados con Él. Debemos agradecer a Dios por este regalo increíble y, a cambio, vivir nuestras vidas de una manera que honre y glorifique a nuestro Salvador y Señor.

¡La metáfora de Dios!

Jesús se convirtió en metáfora para que tuviéramos su testimonio en semejanza de lo que debe suceder en el alma. Su cuerpo físico es la representación de nuestro cuerpo espiritual, su sufrimiento simboliza nuestro propio sufrimiento, la condena por nuestras faltas es la representación de la condena de su propia carne, su muerte es la representación de nuestra propia muerte espiritual, su sacrificio es la representación del amor que Dios tiene por nosotros, quienes hemos sido elegidos para ser sus hijos. Su resurrección simboliza la resurrección que debe suceder en nuestro propio ser cuando, mediante el perdón de nuestras almas y el entendimiento, resucite nuestro espíritu para llegar a ser hijos de nuestro Padre Dios. Por eso, Jesús no se avergonzó de llamarnos hermanos.

Jesús habló como un profeta con pleno entendimiento, se sacrificó a sí mismo por amor a nosotros y, siendo el primogénito hijo de Dios, es nuestro salvador. Qué tristeza que esta gran verdad haya estado oculta para el entendimiento de los hombres. Necesitamos un sacrificio que solo Dios puede proporcionar, un sacrificio absoluto y eterno. Esto solo es posible si Jesús vivió mediante el conocimiento de Dios a través de su propio Espíritu, y siendo espíritu del Espíritu de Dios, es Dios mismo, porque Dios es absoluto y no puede ser otro espíritu. Él vino y nos enseñó mediante metáforas la voluntad de Dios y la vida espiritual: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón". Realizó el sacrificio, consciente de que lo hacía para la reconciliación y el perdón de nuestros pecados, para que, siendo el primogénito, fuera el primero de muchos, sacrificando su primogenitura para que nosotros pudiéramos ser como él. Si algún otro profeta hubiera dicho lo que él dijo, sería complicado elegir alguno, pero no hay otro en la historia que cumpla con nuestra necesidad de perdón y reconciliación, y que represente lo que debe ocurrir en nosotros. Por eso dijo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí". Así como su testimonio es suficiente para saber que conocía lo que hacía, mi entendimiento de su sacrificio, que es mi fe, es suficiente para salvar mi propia alma.

Ese sacrificio ha sido suficiente para algunos, pero por la falta del conocimiento de Dios, ese sacrificio ha sido inaccesible para muchos más. ¿Qué sentido tendría ese sacrificio si todo fuera relativo? No serviría más que como un chantaje moral para que, por sus sufrimientos, nos avergoncemos de nosotros mismos y eligiéramos el bien en lugar del mal. Pero Dios no quiere nuestra vergüenza; quiere nuestra redención. No quiere siervos que teman y obedezcan ciegamente al amo y señor; quiere hijos que sean como él, que tengan la vida que él tiene y que sean su gloria. Para eso, Jesús se entregó a sí mismo. Para tener esclavos obedientes, tiene al resto de la creación, que hacen exactamente lo que fueron creados para hacer. Pero nosotros tenemos el libre albedrío y la posibilidad de conocer a Dios. Qué diferencia tan notable que sea a través del entendimiento la reconciliación.

Aquí es cuando podemos hablar de Dios de cualquier forma, ya sea "científica" o "religiosa", porque Dios ya no es un misterio velado por la ciencia en su limitada apreciación. Al haber traspasado toda frontera, podemos considerarlo conscientemente desde cualquier perspectiva y, al mismo tiempo, retomar la religión, llevando el conocimiento metafórico al conocimiento científico y viceversa, del conocimiento científico al conocimiento metafórico para su verdadero entendimiento.

Este es el momento de demostrar matemáticamente lo que significa Dios en nosotros, porque si al multiplicar el cero por cualquier cosa, el resultado es cero y sabiendo que nuestro valor relativo respecto al Absoluto es cero, se demuestra que nosotros sin Dios no valemos nada. Pero Dios no es relativo y matemáticamente es lo único que representa algún valor. Por lo tanto, sabiendo que al dividir cualquier valor entre cero es infinito, que es un valor absoluto, demostramos matemáticamente que Dios en nosotros nos convierte en seres absolutos.

 

¡La Nueva Naturaleza!

¡La conciencia del Amor!

Reconsideremos el valor de nuestra propia creación y el amor que Dios tiene por nosotros, tanto amor que entregó su vida en un acto tremendo, tan inmenso como todo el Universo pero mucho más valioso para Dios. Porque en el amor es donde se encuentra la verdadera naturaleza de nuestro Creador y el significado del verbo que dio origen a toda la creación; el amor es la esencia de la vida y al tomar conciencia de su significado, es lo único que representa algo valioso y bueno en el entendimiento. Como está escrito: “En el principio era el verbo y el verbo era con Dios y el verbo era Dios, y el verbo se hizo carne y habitó entre los hombres y se sacrificó a sí mismo por amor de su nombre”. Y también dice: “Cuánto amó Dios al mundo, que aun cuando éramos pecadores y estábamos condenados por causa de la desobediencia, Dios entregó a su Hijo unigénito en sacrificio vivo, para que no nos perdamos sino tengamos vida eterna”. Por lo que para nosotros, los que por su amor y su sacrificio fuimos llamados a ser hijos de Dios, también es lo verdaderamente valioso.

Porque hasta ahora hemos considerado como el único indicio de vida el reflejo de las actividades fisiológicas, cuando con el entendimiento podemos tomar conciencia de nuestro ser espiritual, comprendiendo en el ejercicio del amor y la verdad la vida consciente de nuestro espíritu. Del cual se desprenden la paz y el gozo como la expresión inequívoca de la esperanza que hemos alcanzado, sabiendo que eso que sentimos no es producto de la imaginación, sino el corazón que late de nuestro cuerpo espiritual en nuestro entendimiento.

El amor que emana del Espíritu de Dios es sin duda su poder y su gloria; no existe nada de lo creado que pueda compararse con la experiencia de sentir el amor de Dios vivo en nuestro corazón, “fluyendo como ríos de agua viva en nuestro entendimiento”, en pro de una existencia agradable y perfecta. Comprender el amor que proviene del absoluto y eterno Dios le da sentido a la definición que dicta: “el amor todo lo puede, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, nunca deja de ser, no hace nada indebido, no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad, pasarán los cielos y la tierra pero el amor no pasará”. Y esto solo se comprende cuando el amor proviene del Espíritu, “no de la razón”, pues el amor de Dios va más allá de todo entendimiento porque es la fuente del entendimiento, ya que el infinito amor de Dios es su poder y su gloria.

Todo se resume al entendimiento. Ya no es necesario sacrificio alguno, todo está consumado. Lo único que quedaba velado, “el misterio de Dios”, comienza a develarse al comprender su verdadera naturaleza, para que todos esos actos de fe que se hicieron para nuestra salvación sean comprendidos por nosotros y no solo sean una serie de actos dramáticos que exalten la culpa antes que el entendimiento. Para que nuestro propio espíritu, nuestro Cristo que es el hijo de Dios, resucite en nosotros y ya no estemos condenados por nuestros pecados, naciendo a una nueva vida espiritual llena de amor. Ya que con el entendimiento en la conciencia, la esencia de nuestros actos adquiere el valor trascendente y eterno que tienen en la intención.

Dios es amor, de donde emana la ley espiritual y los profetas, que se traduce en dos mandamientos: “amarás al Señor tu Dios con todas tus fuerzas, con toda tu alma y con todo tu entendimiento” y “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. ¿Por qué no mencionar el amor hacia uno mismo como un mandamiento? Porque el lugar de Dios es uno mismo, porque si Dios no vive en mí, solamente puedo ser el siervo de alguien que no soy yo, lo que me haría, si es que sirvo a Dios, un buen siervo sin esperanza. Pero como Dios está en mí, entonces el siervo es mi ser relativo, mi expresión y al único que sirvo es a Dios, porque mi alma que ahora por el perdón y la reconciliación vive en el Espíritu de Dios, es la dueña de mi voluntad. “Soy siervo de Dios en mi cuerpo material, hijo legítimo de Dios en mi cuerpo espiritual”. Así que amar a Dios es por necesidad amarse a uno mismo, lo que en verdad es reconfortante y nada oneroso. Por lo que ahora también entiendo el segundo mandamiento que es amar a mi prójimo como a mí mismo, no es ser siervo de otro, no es un sacrificio, ¡es amar! Para que sirviendo a Dios tengamos misericordia de los hombres, de todos aquellos que no han alcanzado la esperanza para la que fueron creados. Servir a otro es oneroso, servir a mi Espíritu, el que me hace vivir verdaderamente, es gratificante. Si ayudo a otro, es amarme a mí mismo, porque mi lucha es por un bien mucho mayor en la eternidad.

Ahora servimos al Espíritu, que es lo único valioso y trascendente, por lo que no nos es difícil poner nuestros miembros al servicio del amor y la justicia. Dios quiere misericordia, no sacrificio, y Dios en nosotros es la única razón que queda. Todo lo demás por lo que luchaba parece perder sentido. Ya puedo vivir y morir en paz, sabiendo que entonces conoceré como fui conocido. Dios está en mí y yo estoy en Él, y somos uno. Esa es la verdad, esa es mi vida y mi esperanza.

El amor es, sin duda, la mejor intención, y la expresión innegable de la vida espiritual es amar conscientemente, así como Dios nos ha amado y nos ha enseñado con su ejemplo. Dejemos que ese infinito amor se manifieste en nosotros como nuestra nueva naturaleza. Pongamos nuestros miembros mortales al servicio del amor y la justicia, que es nuestro culto racional, reflejo de nuestra nueva vida espiritual, para la gloria de Dios, para vida eterna y paz.

¡La reconciliación!

Hablar de reconciliarnos con Dios es hablar de religión, de religarnos con Dios, sin embargo, la religión ha sido históricamente la fuente más poderosa de odio entre los seres humanos, y en vez de ser la fuente del conocimiento para reconciliar nuestras almas con Dios, se ha convertido en un paliativo y en un sugestivo más, en un pretexto para mostrar el odio que tiene origen en las más superficiales diferencias y esto es algo que el mundo teme.

Estos seres humanos que usan la religión como pretexto para sus crímenes, diciendo que “sirven” a Dios, piensan que hacen lo correcto al tratar de servirlo de la manera que lo hacen, pero Dios no quiere siervos, sino hijos que vivan conscientemente la realidad de la vida espiritual, como está escrito “el siervo no permanece para siempre en la casa de su señor, más el hijo permanece para siempre”. Estos siervos de Dios, imaginan cuál es su voluntad, pero sin el entendimiento del amor absoluto del Creador, yerran en sus juicios y se condenan en sus actos, pero no están menos equivocados los que juzgan sin violencia física, ya que la religión no está hecha para juzgar a nadie, ya que cualquier juicio para condenar a otro es un acto apartado de la voluntad de Dios, que tiene en el amor y la verdad por el entendimiento, las únicas armas de la fe, nunca el juicio y la condenación, para eso ya cada uno tiene su propia conciencia.

La reconciliación de nuestro ser, debe transformar nuestra propia alma, en un acto de íntima y profunda reflexión, desde la conciencia de nuestro propio espíritu, destapando todo aquello que ha quedado latente en el inconsciente al borde de la ira y del terror, para que con éste conocimiento entendamos la razón del dolor y la verdadera solución que hemos encontrado; la lucha por recuperar la cordura y el valor, es una lucha interna que pasa por la recapitulación de aquello que ha marcado nuestras vidas por no haber sabido lo que somos en espíritu y verdad; para que al haber resuelto éste dilema podamos también aportar nuestra sensatez a los problemas de la sociedad y de la cultura, dejando de idolatrar a la expresión, transformando éste mundo impío en la gloria del entendimiento humano, porque así como no teníamos justificación para nuestros actos delante de Dios y estábamos condenados, tampoco tenemos como sociedad ninguna justificación para hacer lo que nos condena, por lo que sin demora alguna participemos conscientes de que sabemos lo que nos conviene en el devenir de la historia, para que quede huella del bien y la misericordia que hemos alcanzado en el Espíritu de Dios.

¡El misterio debe ser revelado!

La metáfora existía antes de la ciencia, y la definición es ahora la forma de transmitir las verdades universales y el entendimiento. Sin embargo, cuando la ciencia, por falta de conocimiento, estableció bases limitadas al no haber discernido el alma y el espíritu, y al no poder comprender la diferencia entre lo absoluto y lo relativo, nuestro entendimiento se vio imposibilitado para comprender nuestra razón de ser y de existir. Fuimos vanidad sin esperanza, pero Dios ha tenido misericordia de nosotros y nos ha revelado su misterio. Dios es absoluto y nos creó para engendrarse en nosotros y tener hijos que vivieran la vida espiritual y eterna, expresando a través del amor su verdadera naturaleza, entendiendo al fin la verdad absoluta del Creador y la diferencia entre el alma y el espíritu. Como está escrito, “la verdad es como una espada de dos filos capaz de discernir el alma y el espíritu”.

El misterio de Dios debe ser revelado a partir de su definición, para que pase a ser parte del conocimiento universal, utilizando esta definición del Absoluto como el punto en que se apoye nuestro entendimiento. Conocer a Dios es útil para todas las religiones y para la ciencia. ¿Quién no está interesado en conocer al único Dios verdadero? El único Dios absoluto y eterno, el único Creador. Y más aún, ¿quién no quiere ser hijo de Dios?

Este conocimiento es la esperanza que la ciencia espera, ya que hasta ahora no tenía ninguna razón para suponer que podíamos trascender de algún modo. Su conocimiento y esperanza eran tan vanos como su entendimiento.

A las iglesias les resuelve el misterio de la fe al comprender el significado de las metáforas que antes solo podían usar para condenar, para entender lo que realmente quiere Dios, quien ya no es incognoscible e inalcanzable. Usando este conocimiento para educar a sus miembros con toda sabiduría y entendimiento, porque:

Unas iglesias, al no tener el conocimiento para convencer por medio del entendimiento a sus miembros de hacer lo que es bueno, terminan juzgándolos y juzgando a los demás.

Otras iglesias, que no conocen al Dios absoluto y eterno, les dan ídolos.

Otras más, al no conocer el amor y la misericordia de Dios, solo les dan motivos para ser unas terribles bestias, capaces de cometer actos injustificables para el Espíritu, pero justificados por la religión.

Algunas otras, al inculcar el temor por la condenación, solo les dan motivos para ser unos buenos siervos, pero no se consideran hijos de Dios, pues no lo conocen ni lo entienden.

Hay las que, al tener su esperanza en el cuerpo material, creen en la reencarnación, con la vana esperanza de ser esos mismos seres relativos, que no pueden tener esperanza ya que lo relativo para morir nace y no puede trascender, lo que también es desesperanzador.

Muchas hacen acepción de personas argumentando su raza, género o "éxito superficial" (fama, fortuna, fanatismo de sus miembros, cosas aparentes que los distingan de los demás), como la muestra de la bendición de Dios sin comprender su soberbia y su destino.

Y también están los que ni siquiera creen en Dios, que no dejan de ser su creación y Dios no deja de estar interesado en su salvación.

Con este entendimiento, todas las iglesias pueden adorar al único Dios verdadero, dejando de observar sus diferencias relativas para coincidir en la verdad Absoluta del cuerpo espiritual, nuestro Hijo de Dios, nuestro Cristo. Porque conociendo a Dios, podemos manifestar conscientemente la vida espiritual en el amor por los demás.

El misterio de Dios tiene que ser revelado; la inteligencia del hombre tiene que culminar conociendo a Dios. ¿Qué otro propósito puede tener la razón? Que por medio del entendimiento conozcamos a Dios y, si inteligentemente conocemos a Dios, sabiamente aborrezcamos el mal. Porque el "temor de Dios" es que nuestro prójimo, por causa nuestra, sea lastimado en lugar de que encuentre en nuestras palabras y nuestros testimonios el amor y la verdad que busca su alma. Como está escrito: "no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que salga de la boca del Altísimo", siendo nosotros, los que conocemos a Dios, su expresión.

¡Una nueva filosofía!

El capitalismo, que tiene como premisa la acumulación del capital, no considera al hombre como parte de su haber, sino solamente lo ve como un recurso renovable. Consideremos al ser humano como el principal valor y su entorno como parte de su propio ser, para crear una nueva filosofía en la que cada uno de los seres humanos seamos algo más que máquinas inteligentes que desean conseguir la supremacía por las apariencias. Con este conocimiento, seamos el fin de todos los esfuerzos que en conjunto tenga nuestra especie, como la expresión consciente de la esencia misma de la vida y no solo la muestra fehaciente de la vanidad sin esperanza que hasta ahora hemos mostrado.

Es hora de reconsiderar la expresión como un fin y no como un principio, estableciendo que lo sublime de una obra nunca justifica a su autor, sino que la intención del mismo acto es lo que verdaderamente nutre al alma. Esos actos sublimes bien podemos considerarlos como regalos de Dios para los que lo amamos y bien pueden ser pura vanidad para los que los hacen. Actos que otros pudieran considerar como insignificantes podrían ser trascendentales y dignos de toda gloria en el espíritu para aquellos que los realizan.

No nos dejemos engañar por lo que ven nuestros ojos en las obras materiales y abramos los ojos del entendimiento para alcanzar la gloria eterna. ¿Quién en sus cabales podrá negar el valor de este conocimiento y reconsiderar toda su existencia en función de lo eterno? Pero no va a ser fácil; el dios de este mundo, "la vanidad y el dinero", tiene a muchos atrapados en sus redes y es francamente difícil que hallen el entendimiento. Como está escrito, "muchos querrán morir (a su vanidad) y no podrán". Esta lucha está por empezar, lo único que tengo por seguro es quién va a vencer, porque Dios es la verdad que necesita nuestra alma para entender su propósito y destino. Como está escrito, "conoceréis la verdad y la verdad os hará libres", y al final es seguro que todos doblaremos nuestras rodillas al Creador, incluso aquellos que no puedan salvarle la vida a su propia alma.

El lenguaje universal de la ciencia tiene que proveer la solución al misterio de Dios y, a su vez, fundamentar la transformación de nuestros principios y valores, dándole al humanismo una nueva forma de resolver los problemas del hombre, basada en la buena conciencia y no con paliativos o sugestivos que nada resuelven. Reconsideremos el valor de esta vida relativa que parece tan importante y que en verdad no puede trascender. Consideremos "la vida eterna" como la fuente de la esperanza que nos dé la tranquilidad para transitar por este mundo, para alcanzar nuestro verdadero destino con Dios y en Dios en la eternidad.

¡La expresión de la vida!

Nuestra reconciliación representa mucho más para la expresión material de lo que suponemos, porque hasta ahora hablamos de la vida eterna, pero ¿tiene algún sentido nuestra vida temporal o tenemos que acortarla a partir de entender que nacimos para ser como Dios? ¿No será más bien cambiar la expresión de las cosas en algo valioso y trascendente por su esencia y hacer de nuestra expresión en esencia algo agradable y perfecto, algo digno de considerarse como una expresión de Dios?

Esta vida no puede ser un simple trámite, tiene que ser el inicio de todo lo bueno que pueda existir. Si alguien piensa que la vida es aburrida si no se rompen las reglas o se violan las leyes, no ha entendido nada. No hay nada más agradable que vivir haciendo las cosas sin cargos de conciencia, no hay nada más gratificante que usar toda nuestra creatividad e inteligencia en hacer de este mundo algo digno para la vida. Es un gran reto hacernos responsables de lo que somos y de lo que tenemos, pero hemos perdido el tiempo miserablemente. Hemos sido unas bestias delante de Dios, y los gobiernos han sido bestias de muchas cabezas buscando la supremacía por lo relativo, sacrificando la verdad y la vida en pro de una falsa imagen de triunfo y gloria.

Seguimos siendo en la carne estos mismos seres limitados, intrascendentes, sin esperanza, y nuestras almas han estado sujetas a la vanidad por la ignorancia y por el pecado. ¿Cuánto hemos sufrido y llorado? ¿Cuánto tiempo más tiene que pasar para reconciliarnos con nuestro Creador y hacernos responsables, ya no como criaturas sino como hijos, de lo que nuestro Padre ha creado para nuestra recreación?

La expresión es sin duda importante para nosotros, y esta vida es la oportunidad que tenemos para hacer de nuestras obras algo que nos llene de orgullo, pero sobre todo que glorifique a Dios y a su hijo en nosotros, porque nosotros fuimos creados para llegar a ser engendrados por Dios. Pero nuestro cuerpo material, que sigue siendo nuestro, tiene que ser ahora puesto al servicio de la verdad y la vida. La belleza no puede seguir siendo la expresión del egoísmo, sino que, trascendiendo a las formas, la expresión de nuestra especie tiene que ser una hermosura. Tenemos que encontrar la forma de integrar a la mitad del mundo a una existencia digna y a la otra mitad del mundo a una existencia noble, sabiendo que la nobleza no debe ser una simple expresión, sino la muestra más clara de la vida que ahora representamos.

Llegará el día en que todos conoceremos a Dios y no será necesario decir "conoce a Dios", porque todos lo conoceremos. Ahora tenemos los argumentos: "Dios es absoluto", esta es la verdad. Dejemos de ser las bestias inteligentes que hemos sido, porque si solo somos bestias que viven para la carne, ¿qué hacemos? sino la voluntad de quien nos creó. ¿Pero qué esperanza es esa? Como está escrito, "¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no envió? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno? ¿De qué se lamenta el hombre viviente? Laméntese el hombre en su pecado". Entonces es cuando entiendo que sin Dios, somos la peor plaga que ha pisado la tierra, capaces sin duda alguna de destruir al mundo y a nosotros mismos. Somos un peligro que hay que erradicar, y solo hay dos opciones: la opción fatalista del exterminio del animal humano o el nacimiento en nosotros de una nueva criatura que viva y reine en este mundo. Esa nueva criatura tenemos que ser nosotros. Qué oportunidad tan grande, qué salvación tan plena: la de nuestra alma y la de la creación; cambiar el destino incierto por la certeza de nuestras intenciones. ¿Qué más necesitamos para conocer el destino que nos espera y que le espera al mundo, sabiendo que aquí estamos nosotros para hacer resplandecer la gloria del Dios viviente en su creación?

Dejemos de imaginar que podemos ser diferentes. La utopía ha dejado de ser; todas las cosas son hechas nuevas. No solo somos distintos en nuestra imaginación; nosotros, los que renacemos al Espíritu, somos nuevas criaturas, templos vivientes en el cuerpo animal, hijos legítimos de Dios en el cuerpo espiritual. Ahora comienza la verdadera lucha espiritual, porque la voluntad de Dios es que ninguno se pierda, sino que todos lo conozcamos, seamos reconciliados y tengamos vida eterna. Porque, como está escrito, "el continuo clamor de las criaturas espera la manifestación gloriosa de los hijos de Dios", del Dios de amor y de misericordia, para que, llenos de su Espíritu, mostremos la piedad y la vida a toda su creación. Tenemos que someter a la bestia que habita en nosotros a la voluntad de Dios, para que glorifiquen al Hijo de Dios (su propio espíritu) en sus propios cuerpos mortales, para honra y gloria de su nombre. Todo aquel que entienda haga su parte. Ya no hay duda razonable; tenemos la certeza y la convicción de nuestra parte. Dios es Absoluto y eterno, Dios es amor y verdad, Dios es justo y bueno, y nosotros, los que lo conocemos, somos sus hijos, espíritu de su Espíritu. Él es en nosotros y nosotros en Él, y somos uno. Él es nuestra vida, y fuera de Él, nada somos.

Adoremos a Dios con nuestros testimonios y nuestras obras, en actos de una conciencia plena. Así, al reconsiderar el valor de la esencia misma de las cosas, podamos entender el fin de nuestros actos, lo que no condena las obras de nuestras manos sino que les da un nuevo sentido, una nueva dirección. Ya que la filosofía de este mundo tiene como fin la supremacía aparente antes que la gloria eterna, vano esfuerzo el nuestro al querer alcanzar por la apariencia de nuestras obras un fin digno. No hay nada más indigno que la vanidad y el egoísmo. Pero "el fruto del espíritu es amor, paz, gozo, bondad, benignidad, mansedumbre, templanza y fe", lo que podría sin lugar a dudas hacer de nuestras obras algo digno y valioso para nuestra vida eterna, si así somos nosotros.


Resumen

La ciencia cometió un error al declarar que "nada es absoluto, todo es relativo", engañando así a la sociedad con una premisa falsa. Se dio a entender que la ciencia afirmaba con certeza que lo absoluto no existe, cuando en realidad hemos demostrado que "nada" es un absoluto y no puede ser el origen del universo. En el universo, ese inmenso espacio que existe entre las galaxias, entre las estrellas, entre los átomos e infinitamente fuera del mismo, no puede ser nada. Por lo tanto, ese inmenso espacio está lleno del todo absoluto y eterno, que es Dios. Suponer que nuestro origen es la nada es absurdo. Esto nos da la pauta para comenzar a develar el misterio de Dios.

Para empezar, comprendimos que Dios es absoluto porque no tiene parámetros ni límites que rigen el Universo. El tiempo y el espacio son una creación de Dios, y todo el universo, tanto en su expresión objetiva como subjetiva, surge y está inmerso en Dios como su expresión. Por lo tanto, el Todo que es Dios también es Absoluto, con mayúsculas para acentuar que no es una característica del universo, sino una entidad absoluta y trascendente.

Pero, ¿qué es esta entidad Absoluta en sí misma? La expresión relativa proviene de la intención absoluta, que es la esencia misma de las cosas. La creación surge de la intención del creador, y por lo que sentimos de Él, sabemos que es Amor, porque su esencia es el verbo que da origen a toda la expresión en el universo. El Amor es Dios, absoluto y eterno por definición, sin parámetros ni límites, un único Dios, Creador de lo que se ve y lo que no se ve como una expresión de su ser. No podemos hacer imágenes de Dios porque no es relativo. Es omnipotente creador del universo, omnipresente pues está en todas partes y omnisciente pues su voluntad y su sabiduría rigen al universo. Dios no es abstracto, porque podemos entender sus obras a través de las leyes y principios que lo rigen. De Dios emana la vida, y nada puede tener sentido sin su existencia.

¡Dios existe! Pero, ¿de qué sirve para nuestra vida saber que Dios existe?

Lo que llamamos vida se manifiesta en la conciencia a través del uso de la voluntad y la razón. Pasar de la existencia a la vida implica aprender, ya que no somos más que lo que sabemos, entendemos y estamos conscientes de ello. La imaginación es una herramienta del alma, pero no puede considerar más allá de los parámetros del entendimiento. Por lo tanto, el conocimiento es el límite de nuestra vida.

Antes nos imaginábamos a Dios relativamente, porque a ciencia cierta no había absolutos y solo podíamos considerar lo relativo para nuestro entendimiento. Pero, ¿por qué suponemos que podemos trascender de algún modo? Si la expresión más grandiosa que conocemos es el universo, que es finito, nuestra trascendencia se limitaría a las obras que quedarían en la memoria de algunos o en el apellido de nuestros hijos. ¿Qué esperanza tan vana es esa? Y después de esta reflexión, ¿por qué nos sorprendemos de nuestra forma de vida? Si esa es nuestra esperanza, queremos vivirlo todo, experimentarlo todo, aunque tengamos que pagar en nuestra conciencia las consecuencias.

De cualquier forma, lo relativo no es eterno, y si solo somos relativos, nuestro destino es la muerte. No podemos trascender más allá de nuestra existencia limitada. Pero la existencia de Dios nos ofrece una esperanza más allá de nuestra finitud. La vida eterna es conocer a Dios, y solo así podemos trascender. Saber que Dios existe y buscar conocerlo es la clave para dar sentido y propósito a nuestra vida.

Nos planteamos la pregunta: ¿Cómo es que conocer lo trascendente puede hacernos trascender si somos seres relativos? ¿Acaso el cuerpo relativo puede ser trascendente, o es que existe un cuerpo trascendente que no conocemos? Comprendimos que lo que estaba escrito sobre Dios al decir que nos creó cuerpo, alma y espíritu es cierto. Tenemos un cuerpo relativo que hemos conocido a través de los sentidos, pero también tenemos un cuerpo subjetivo trascendente: nuestro cuerpo espiritual. Está latente hasta que el alma lo conozca, porque no podemos considerarlo vivo si no lo conocemos. Pero existe, lo sentimos aunque no entendamos lo que sentimos de él. Ese es nuestro espíritu.

Por eso está escrito: "El que nace una vez, muere dos veces, pero el que nace dos veces muere una sola vez." También dice que "el que es nacido de la carne para morir nace, pero el que es nacido del espíritu nace para vida eterna y paz."

Ahora podemos saber que nuestro espíritu es engendrado por Dios, porque es su mismo espíritu, su misma esencia. Al conocerlo, despertamos a una nueva forma de vida, una forma de vivir eternamente. Esa es nuestra esperanza, para que al despertar y estar conscientes de nuestro espíritu, su vida sea nuestra nueva vida por el entendimiento, dejando de buscar en la carne las respuestas a nuestras plegarias.

El cuerpo, que era tan importante por ser lo único que conocíamos como nuestra vida, ahora deja de ser lo que nos motiva y comprendemos su justa dimensión. Es la semilla desnuda, capaz de expresar la vida y la muerte, el instrumento para crear o destruir, el templo en el que habita el alma y la semilla donde puede ser engendrado el espíritu.

La carne va a morir algún día, esa es la verdad. Si la carne es la razón de nuestra vida, nuestra carne y nuestra alma tendrán el mismo destino. Es cuando cobra sentido lo que está escrito: "No hagas tesoros en la tierra, donde la orina y el hollín corrompen y el ladrón roba y asesina. Mejor haz tesoros en el cielo, donde ni la orina ni el hollín corrompen, y nadie te lo puede arrebatar". Esto demuestra que los deseos de la carne, que ven en sus obras la razón de ser, van en contra de los deseos del espíritu, que desean trascender a través del bien y la misericordia. La expresión es solamente la oportunidad de expresar la esencia misma de la creación de Dios, que es el amor. Si nos fundamentamos en esto, al mismo tiempo nos llenamos de paz y gozo, lo que es muestra de la vida espiritual.

Dios nos dio un alma nueva, con la capacidad de conocer y decidir, lo que es nuestro libre albedrío, lo que nos hace ser personas distintas. El alma vive para lo que conoce y entiende, por eso es tan importante que el alma conozca al espíritu para que, cuando lo conozca, se una a él como un solo ser. El alma puede ser la vasija que contiene la esencia misma de la vida si conoce al cuerpo, o puede ser la vida, la esencia si conoce al espíritu. Pero no puede ser la vasija y la esencia al mismo tiempo, por eso está escrito: "No se puede servir a dos amos, porque con alguno queda mal". La carne, que es la semilla, nace para morir. No puede brotar un árbol si la semilla no muere primero. Pero el espíritu nace para vida eterna. Por su naturaleza, no podemos servir a la carne y al espíritu al mismo tiempo. O servimos a la naturaleza de la carne o somos la naturaleza de Dios. El alma tiene que decidir a quién va a servir.

Por eso está escrito: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad y aflicción de espíritu". "Mi pueblo se perdió por falta de conocimiento". Sin el conocimiento del Absoluto, el alma carece totalmente de esperanza y manifiesta un clamor por la incertidumbre de su razón de existir. Por eso está escrito que "no solo de pan vivirá el hombre, sino por toda palabra que salga de mi boca". El conocimiento de Dios es lo que le da al alma la esperanza de trascender junto con Dios.

Dios hizo la creación y, después de ver todo lo creado, se sintió solo. Por eso decidió engendrar hijos y creó al hombre a su imagen. Así como Dios quiere tener hijos, nosotros también queremos tenerlos. Por eso es que Dios puso en nosotros su propio Espíritu, un engendro suyo, para que, cuando el alma lo conozca, se una al espíritu como un solo ser.

Lo que sentimos del espíritu es la voz de Dios, ya que es el mismo Espíritu de Dios, su misma esencia, porque es absoluto. Esta esencia nos acusa o nos excusa en nuestra toma de decisiones, ya que reconoce las verdaderas intenciones de nuestro corazón, que es nuestra voluntad. Sin embargo, no entendemos el valor de la conciencia espiritual, ya que solo vivimos para la carne mientras sea la única vida que reconocemos en el entendimiento. Por eso, nuestro cuerpo espiritual está latente para el alma hasta que podamos despertar, renacer o resucitar en nuestro entendimiento para alcanzar la vida eterna. La trasgresión por la rebeldía hacia nuestra conciencia se convirtió en muerte latente para nuestra propia alma, lo que también es un obstáculo para que podamos vivir en el entendimiento a esa nueva vida eterna en Dios.

Lo que nos lleva a pensar en cómo reconciliarnos con el Absoluto, porque al momento de conocerlo, la carga en la conciencia que antes podíamos tratar de mitigar con paliativos y justificar con vanidades, se convierte en una carga insostenible. Esto nos demuestra que el hombre, que fue creado para reinar sobre la tierra, es sin la vida espiritual una bestia, la peor plaga que haya existido jamás. No podemos resistirnos a la rebeldía, lo que podemos llamar pecado, porque sin el entendimiento sólo podemos considerar a la conciencia espiritual como un estorbo que nos limita y nos condena, y nunca como nuestra voluntad. De cualquier forma, no la conocemos y no la podemos considerar como parte de nuestro ser.

Pero existe un obstáculo infranqueable a la hora de entender las razones del espíritu. La condena por el pecado, por la desobediencia, no son unas nalgadas, es la muerte o, dicho de otra forma, la imposibilidad de reconciliarnos con Dios. Por eso está escrito que sin santidad es imposible conocer a Dios.

Así pues, al haber sido destituidos de la gloria venidera a causa de nuestras rebeliones, y al no tener otra esperanza que la muerte, pues nacimos sin esperanza de vida eterna, nos hemos convertido en la peor de las bestias y en una plaga para la creación gloriosa que Dios nos dio.

¿Entonces el Absoluto es malo? ¿Dios, el creador del cielo y la tierra, nos creó para la ignominia y la maldad? No, Dios sigue siendo bueno. Si fuera malo, no nos sentiríamos mal al desobedecer su voluntad. En realidad, no le hacemos daño a Dios, sino que nos hacemos daño a nosotros mismos.

Pero Dios no nos creó para que seamos hombres solamente, sino para que seamos como Él en lo subjetivo, es decir, en la capacidad de crear y de tener libre albedrío. Él nos dio también nuestro cuerpo espiritual, que contiene nuestra vida eterna latente, hecho del Espíritu de Dios, que es su esencia y su vida. Este cuerpo espiritual es nuestro propio Cristo y al ser absoluto, es uno solo, el mismo y único Dios eterno. A través del entendimiento podemos traerlo a la conciencia y a la vida, pero nuestra desobediencia ha convertido esta vida en muerte latente para nuestra alma. No tenemos medios para reconciliarnos con nosotros mismos y con Dios, por lo que fuimos condenados.

Por lo tanto, al no haber posibilidad alguna para el hombre de reconciliarse con el Absoluto por sus propias obras, Dios mismo nos proveyó un sacrificio vivo y agradable a Él mismo a través del cual podemos ser reconciliados para la vida eterna y la paz. Este sacrificio fue hecho en Jesús, a quien Dios nos ha comunicado como una metáfora a través de la Biblia. Jesús, que conociendo a Dios, declaró su vida eterna y su gloria, se sacrificó a sí mismo para la reconciliación de nuestras almas, para que vivamos al Espíritu de Dios como hijos. Por eso está escrito que "Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos", el primero de muchos que ahora, por medio del entendimiento, podemos también vivir para ser llamados hijos de Dios.

Al arrepentirnos de nuestros pecados y reconocer que por medio de su sacrificio, Jesús nos regaló el derecho de llamarlo Jesucristo, nuestro salvador, somos perdonados y podemos acercarnos confiadamente a Dios para que nuestro cuerpo espiritual resucite a la verdad y la vida. La conciencia que antes nos condenaba ahora en nuestro entendimiento se convierte en la esencia misma de nuestros actos, sabiendo que la vida que ahora tenemos trasciende a toda expresión, dando finalmente sentido y dignidad a nuestra vida. Esto es para aquellos que ya han sido llamados a ser hijos de Dios y también para aquellos que serán llamados con el mismo propósito.

Jesús es el ejemplo de la verdad y la vida que necesitamos para comprender con certeza lo que es la vida espiritual. Muchos afirman que la carne es débil y que no pueden vivir en santidad, pero Jesús es santo y siempre lo fue. Su sacrificio es testimonio de que sí es posible vivir en santidad y de que no todo es pecado. Nos enseñó con sus palabras y sus acciones lo que es importante y valioso para Dios. Y, por encima de todo, siempre estuvimos nosotros. Como muestra de su amor inmenso, Dios entregó a su hijo en sacrificio vivo para que todo aquel que en él crea tenga vida eterna.

Así que, si ahora somos uno con Dios en espíritu, tenemos el privilegio y la responsabilidad de manifestar la santidad y el amor de Dios en el mundo, y de llevar el mensaje de salvación a otros que necesitan reconciliarse con el Absoluto. Este es el llamado que tenemos como hijos de Dios, el de llevar la luz del Espíritu de Dios a un mundo que se encuentra en tinieblas, para que puedan conocer la verdad y la vida eterna que sólo se encuentra en Él. Y aunque nuestro cuerpo físico pueda morir, nuestra vida espiritual es eterna en Dios, y podemos estar seguros de que un día estaremos con Él en su gloria, viviendo para siempre en su presencia.

A través del conocimiento de la verdad y del sacrificio de Jesús, hemos sido llamados a vivir en santidad y a crucificar los deseos de la carne para que nuestra naturaleza divina prevalezca. Es importante que ordenemos nuestras acciones de acuerdo a la esencia de nuestro espíritu vivo y que nos comportemos de manera congruente con nuestra nueva naturaleza en Dios. De esta manera, podemos vivir para la gloria de nuestro padre absoluto y eterno. La conciencia, en lugar de ser una carga, debe ser nuestra voluntad, guiada por el entendimiento de la esencia de la vida y la verdad divina.

Este amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, nos da la responsabilidad de compartirlo con aquellos que aún no lo conocen. Debemos esforzarnos por predicar la verdad del evangelio y llevar a otros al conocimiento de Dios para que puedan recibir la misma salvación que nosotros hemos recibido.

En el libro de Apocalipsis, está escrito que llegará el día en que Dios enjugará toda lágrima y no habrá más muerte, ni llanto, ni dolor, ni sufrimiento, porque las cosas viejas habrán pasado y todas las cosas serán nuevas. Ese es el día en que la humanidad conocerá plenamente a Dios y su amor será visible en todo lo creado.

Hasta ese día, debemos continuar en la fe, fortalecidos por la verdad del evangelio, viviendo según la naturaleza divina que hemos adoptado, y compartiendo el amor de Dios con aquellos que aún no lo conocen, para que también puedan ser salvos y experimentar la vida eterna junto a Él.

Dios existe y es absoluto, ya nadie nos puede engañar.